La primavera había teñido de verde los jardines del palacio y el pequeño Alessandro comenzaba a sonreír, respondiendo a las voces y las caras que lo rodeaban. La nueva normalidad era una tela delicada, tejida con hilos de rutina, de cuidados compartidos y de silencios que ya no eran incómodos, sino contemplativos.
Adriano había aprendido a leer el lenguaje del cuerpo de Alexandra, a respetar sus espacios y a ofrecer su apoyo sin imponerse. Pero una pregunta ardía en su interior, una necesidad de saber si el frágil puente que se estaba construyendo podía soportar el peso de la verdad más profunda.
Una tarde, encontró a Alexandra sola en el jardín de invierno. Alessandro dormía en su moisés cerca de ella, y Aurora estaba con Clara en una clase de pintura. El sol de la tarde se filtraba a través del cristal, iluminando el perfil sereno de Alexandra mientras miraba por la ventana.
Se acercó con cautela, como siempre.
—¿Puedo sentarme?
Ella asintió, sin apartar la mirada del exterior.
Se s