La luz del atardecer se filtraba por los ventanales de la Galería Uffizi en Florencia, iluminando las partículas de polvo que danzaban como polvo de hadas. En una de las salas principales, un grupo de invitados de etiqueta escuchaba con atención a una mujer que hablaba frente a un lienzo majestuoso.
Alexandra De'Santis, con la elegancia serena que le daban los años y la realización profesional, guiaba al grupo a través de la exposición "*El Legado Viviente: Familia y Mecenazgo en el Renacimiento*", una muestra que ella misma había concebido y curado, y que era aclamada internacionalmente.
Su voz, clara y segura, resonaba en la sala. —Y así, a través de la mirada de estos artistas, no solo vemos su genio, sino el latido de las familias que los apoyaron, el amor que los sostuvo y los lazos que perduran a través de los siglos en cada pincelada.
Mientras hablaba, su mirada se desvió inadvertidamente hacia el fondo de la sala. Allí, de pie junto a una columna de mármol, estaba Adriano. No