Milán hervía bajo un sol inclemente. En la terraza privada de un exclusivo bar con vistas al Duomo, Sofia De'Santis —aún usaba el apellido por pura obstinación— sorbía un Aperol Spritz con rabia contenida. Cada sorbo le sabía a derrota. La imagen de esa joven pálida, Alexandra, plantándose frente a ella en *su* palacio, defendiendo *a su* hija, le quemaba el interior. No era solo la humillación de haber sido echada; era la amenaza tangible de ser reemplazada. Para siempre.
Su teléfono vibró sobre la mesa de cristal. Un número desconocido. Con un gesto de fastidio, lo cogió.
—¿Sí? —espetó, con voz cargada de irritación.
—¿Sofia De'Santis? —La voz al otro lado era femenina, dulce como la miel, pero con un deje de acero
—. Soy Victoria Devereux. La hermana de Alexandra.
Sofia se irguió en su asiento, el fastidio convertido en interés inmediato.
—¿La hermana de la… *niñera*? ¿A qué debo el honor?
—He oído que has tenido un… encuentro poco agradable con mi hermana —dijo Victoria, ignorando