17. Angustia

Me separé de Alejandro apenas terminó ese beso impuesto. Sentía la cara arder, no solo por la rabia, sino por la vergüenza. Lo miré con los ojos abiertos, sin poder creer lo que acababa de hacer. Mis labios seguían temblando, no por el beso, sino por lo que significaba. No fue afecto. Fue una advertencia. Una forma cruel de recordarme a quién pertenecía.

Y entonces lo sentí.

Las miradas.

Todas.

Las de la gente que antes hablaba y reía como si nada, ahora estaban fijas en mí, como si yo fuera el espectáculo de la noche. Los murmullos comenzaron, suaves, punzantes. Y entre todas esas miradas, había una que sobresalía más que el resto: la de Marcus.

Estaba allí, de pie, inmóvil, observando todo. Su rostro era una mezcla de sorpresa, incomodidad y algo que no supe descifrar. Quería que la tierra se abriera bajo mis pies. Quería desaparecer.

Pero Alejandro no se detuvo ahí.

Me tomó del brazo con fuerza, con esa falsa delicadeza que usaba en público, como si fuéramos la pareja perfecta. Suj
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