18. Dos almas rotas
La lluvia golpeaba suavemente los cristales del auto, como si quisiera llenar el silencio que nos envolvía.
No hablábamos.
No nos mirábamos.
Solo existía ese vacío espeso entre nosotros, como si la gala no hubiese sido suficiente destrucción… como si aún quedaran pedazos por romper.
Yo mantenía la vista clavada en la ventana, pero no estaba viendo nada. Mis ojos se fijaban en el reflejo de Alejandro. Quieto. Tenso. La mandíbula apretada, las manos firmes sobre el volante. El mismo rostro de siempre… pero ahora me parecía desconocido. Extraño. Frío.
Sentía un nudo en el estómago. Uno que no era solo dolor. Era rabia. Desilusión. Vergüenza. Todo junto, enredándose dentro de mí.
De pronto, lo sentí moverse.
Sin decir una palabra, estiró la mano y me acomodó la chaqueta sobre los hombros, como si ese gesto pudiera reparar algo. Como si el golpe, la humillación y la traición pudieran taparse con un simple acto de "cuidado".
Me aparté con un leve movimiento, sin mirarlo siquiera. Pero el ro