Lisseth avanzó en silencio por los pasillos oscuros de la mansión, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Sostenía con una mano temblorosa el pequeño bulto de ropa y con la otra, una vieja fotografía de su madre, desgastada por el tiempo y el dolor. Cada paso era un riesgo, cada crujido del suelo una amenaza. Su esposo cruzó por su mente quien estaba atrapado en su silla de ruedas , pero eso no lo hacía menos peligroso. Aun sin moverse, su sombra la perseguía, su voz seguía retumbando en su mente como un eco cruel.Cuando por fin cruzó la puerta principal, el aire frío de la noche le golpeó el rostro, pero no la hizo sentir libre. Sus ojos, grandes y apagados, mostraban el vacío de quien ha sufrido demasiado en silencio. En su pecho, la tristeza pesaba como una piedra, y el miedo le oprimía el alma. Temía que él la encontrara, que volviera a atraparla. La desesperación la impulsaba a seguir, pero los recuerdos... esos la herían con cada paso: las noches de gritos, el dolor
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