36. Imperdonable
En su despacho, Alejandro intentaba concentrarse en los documentos que tenía frente a él, pero su mente no dejaba de volver a Lisseth. A su silencio. A sus ojos llorosos. A la forma en que había evitado mirarlo cuando se marchó con el alma hecha pedazos.
Algo no encajaba. Algo en ella lo inquietaba.
Y entonces, la puerta del despacho se abrió de golpe.
—¡Alejandro! —gritó Renata, entrando como un huracán junto a Danrrique.
Él levantó la vista de inmediato. La mirada de Renata ardía con esa mezcla de malicia y satisfacción que solo mostraba cuando creía haber encontrado algo útil.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó él, con voz grave, ya agotado de juegos.
—La sirvienta… —intervino Danrrique, sonriendo con una malicia contenida—. Dice que vio a Lisseth escondiendo algo en su habitación. Papeles, documentos. Y estaba muy nerviosa.
—¿Qué clase de papeles? —preguntó Alejandro, frunciendo el ceño.
La joven sirvienta, temblando, dio un paso al frente.
—S-señor… yo no quise espiar, lo juro… Pero la