Narrador omnisciente
En las profundidades del norte, más allá de las montañas heladas donde el sol apenas toca la tierra, se alzaba una fortaleza olvidada por el tiempo. Las piedras negras que la formaban parecían absorber la luz, y los bosques circundantes no albergaban más que sombras, sus árboles retorcidos como garras apuntando al cielo. Allí, entre lobos salvajes y nieblas perpetuas, reinaba un licántropo que no juraba lealtad a ningún otro que no fuera él mismo: Darek, el rey de los licántropos pícaros.
Sentado en su trono de huesos ennegrecidos, Darek sonreía con la ferocidad de un lobo acorralado. Su piel era pálida como la ceniza, su cabello negro caía en rizos rebeldes sobre sus hombros, y sus ojos, de un rojo opaco, ardían con un odio antiguo. No era un rey por derecho, sino por conquista, por sangre, por miedo. A diferencia de Cael, el respetado alfa del este, Darek no gobernaba con honor ni tradición. Él reinaba a través del terror.
—Cael… —murmuró con desdén, dejando qu