Cruzar el límite norte no era cualquier cosa. Lo sabía. Lo habíamos escuchado toda la vida: esas tierras no responden a las leyes del sur, no respetan pactos ni sangre de Alfa. Aún así, ahí estaba yo, mirando la bruma espesa que marcaba el final de nuestro mundo y el comienzo de algo que ni siquiera el Consejo se atrevía a nombrar del todo.
Y Ava… ya había cruzado.
Su rastro seguía fresco, aunque debilitado. Pero lo reconocería entre mil. Esa mezcla salvaje de bosque, luna y fuego. Mi pecho ardía, no sólo por la preocupación, sino por la maldita conexión que tenía con ella. No era sólo una hembra de mi manada. Era la mía. Y había entrado sola al norte.
—Mierda, Ava… ¿qué hiciste?
No me había dado tiempo a prepararme cuando escuché las ramas crujir detrás de mí. No necesitaba girarme para saber quién era. Henrik, con sus pasos siempre calculados, apareció con los otros dos miembros del Consejo. Siempre juntos. Siempre con esa maldita energía que hace que la piel te tiemble un poco.
—Ya