Sus labios me atraparon como un rayo, un fuego que me atravesó de pies a cabeza. Jamás había sentido algo así. Las manos de Cael acariciaban mi rostro con una ternura inesperada, como si yo fuera algo precioso, frágil.
— Ava… — susurró contra mi boca, su voz cargada de hambre contenida. — Dime que me detenga.
Yo debería haberlo hecho.
Él estaba comprometido. Y yo jamás había estado con nadie. Mi cuerpo temblaba bajo el peso del deseo y del miedo, de lo que sabía que estaba mal… y sin embargo, todo dentro de mí gritaba que él era mi destino.
— No — murmuré apenas, mis dedos buscando su cuello, hundiéndose en su cabello oscuro. — No te detengas.
Él gruñó suavemente, un sonido bajo, gutural, que vibró en mi pecho. Su camisa cayó al suelo en un instante, revelando la piel bronceada, los músculos tensos. Me quedé mirándolo, incapaz de apartar la vista. El brillo dorado en sus ojos me dejó sin aire. Eso no era humano. Eso era el lobo.
Y, por primera vez, entendí que no era solo el deseo fís