El silencio en el búnker se había vuelto diferente. No era la quietud expectante de antes, sino un vacío sonoro que parecía absorber hasta el último suspiro. Clara despertó en la cama de seda, y su primera conciencia fue la de la ausencia. La impresión del cuerpo de Félix en el colchón ya se había borrado, y el espacio a su lado estaba frío, intocable. Él no había venido esa noche. La muralla de hielo que se había erigido entre ellos durante la discusión era ahora física, tangible.
Se levantó y se vistió mecánicamente. Los flashbacks de su vida anterior la asaltaron con una intensidad cruel. Mientras se cepillaba el cabello frente al espejo blindado del baño, no vio su reflejo actual, pálido y delineado por la ansiedad, sino el de la doctora Clara Montalbán del HUSA, apurada, con ojeras de madrugador, pero con una luz de propósito autónomo en la mirada. Recordó la sensación del viento en el rostro al salir del hospital después de un turno agotador, la libertad de decidir si ir a casa