La firmeza que proyecté frente a Romina fue un espejismo. Un castillo de naipes construido sobre la arena movediza de la mirada de ese hombre. Esa mirada que me taladraba aún desde la distancia, desde el piso de arriba, desde la UCI. "Usted. Era usted." Su voz ronca, un eco que se enredaba en mis pensamientos, interponiéndose entre yo y las indicaciones médicas que debía revisar.
Amanda se acercó, deslizando una taza de té caliente frente a mí sobre el mesón de la estación.
—Toma. Parece que lo necesitas más que yo.
Su tono era ligero, pero sus ojos, serios, escudriñaban mi rostro. —¿Qué pasó allá arriba?
—Está despierto —dije, tomando la taza. El calor me quemó los dedos, anclándome un poco a la realidad—. Y… preguntó por mí.
—¿Por ti? ¿Por nombre?
—Por “la médica de ojos firmes”.
Amanda silbó suavemente.
—Vaya. Eso es… intenso.
—Sí —susurré—. Lo fue.
El buscapersonas vibró de nuevo en mi bolsillo. Un mensaje de farmacia, una rectificación de dosis. La normalidad intentando reclamar