El guardia temblaba contra la pared, su brazo colgando en un ángulo antinatural. El olor a miedo y sudor frío emanaba de él. Félix lo tenía inmovilizado sin siquiera tocarlo, solo con la amenaza de su presencia y la promesa de más dolor.
—Nombre —exigió Félix, su voz un susurro de hielo.
—M-Miguel —tartamudeó el hombre, los ojos desencajados.
—Bien, Miguel. Escúchame con atención. Tu jefe nos va a subastar como ganado. Después, hará limpieza. Empezando por los testigos incómodos. Como tú.
Miguel palideció aún más. Lo sabía. Era uno más de los peones desechables.
—Yo te ofrezco una salida —continuó Félix—. Información a cambio de tu vida. ¿Cuántos guardias en este nivel? ¿Dónde están las cámaras?
Miguel tragó saliva, mirando hacia la puerta entreabierta. La lealtad se desvanecía frente al instinto de supervivencia.
—C-cuatro —balbuceó—. Dos en la entrada del pasillo, uno en la sala de control al final, y… y yo. Las cámaras… hay una en cada extremo del corredor. La de este lado está… jo