La alerta en la tablet era un latido rojo y silencioso en la oscuridad de la furgoneta. Todas las miradas se clavaron en ella, ese pequeño rectángulo de luz que ahora dictaba nuestra realidad. La voz del senador Riviera, cargada de pánico y confusión, se había esfumado en el éter, dejando solo un silencio pesado y la urgencia de una nueva crisis.
«Intruso. Nivel 4. Ala Oeste. Mansión Principal.»
Las palabras parpadeaban, frías e impersonales. Nivel 4. Eso significaba una brecha significativa, no un simple error del sistema o un animal merodeando. Alguien con habilidades y conocimiento suficiente había burlado las defensas de Félix.
—¿La mansión? —preguntó Rojas, su voz era un rumor grave. Ya había puesto la furgoneta en marcha, cambiando de rumbo sin vacilar. El plan para acosar al veterinario y la jugada con el senador quedaban abruptamente en pausa.
—Sí —confirmé, mis dedos deslizándose por la pantalla, accediendo a las cámaras de seguridad en tiempo real. El sistema me reconocía co