La USB era un fragmento de plástico y metal, frío e inerte en mi palma, pero su peso era insoportable. Una bomba de relojería digital. Un mensaje envenenado. Las palabras en la tablet seguían brillando, burlándose de nosotros desde la pantalla: «El Fénix no arde solo. Bienvenida al juego, Doctora.»
—¿Cisne Negro? —pregunté, mi voz sonó ronca por el humo residual que todavía picaba en mi garganta.
Rojas, que revisaba la caja fuerte vacía con gesto sombrío, se volvió hacia mí. Su rostro era una máscara de furia contenida y frustración.
—Un canal fantasma. Ultra seguro. Solo para… situaciones extremas. El jefe lo usaba para comunicarse con un activo de muy alto nivel. Un topo enterrado tan hondo que ni siquiera yo conozco su identidad.
Un topo que Félix consideraba tan valioso que ni siquiera su hombre de máxima confianza conocía su nombre. La revelación me dejó sin aliento. ¿Era posible? ¿Había alguie
—¿Y este activo… podría ser nuestro amigo? —señalé con la barbilla hacia la ventana ab