La luz halógena era brutal, exponiendo cada detalle de nuestro rostro: mi horror, la desesperación de Amanda, la fría furia de Félix. El círculo de armas nos envolvía, un coro mudo de muerte a punto de estallar.
John bajó las escaleras metálicas con la tranquilidad de un hombre que ya ha ganado. Su sonrisa era un cortafrío.
—Pensé que te costaría más, Félix. Pero al final, el punto flaco siempre es el mismo: una mujer llorona. —Señaló a Amanda con desdén—. Un poco de presión en el lugar correcto y canta como un canario.
Amanda se estremeció contra mí, su llanto ahora un sollozo silencioso de vergüenza y terror.
—Me dijeron que te matarían… —murmuró contra mi hombro—. Que, si no les decía lo que sabías, te encontrarían y…
—Cállate —le dije, con más dureza de la que pretendía. El dolor por su traición era agudo, pero el instinto de supervivencia era más fuerte. Ahora no era el momento de reproches.
Félix no había movido un músculo. Su arma aún estaba en la mano, pero bajada. Sabía, como