La suite de Clara en la clínica era un santuario de silencio, pero esa noche el silencio gritaba. El eco de la palabra "colaboración" resonaba en cada rincón, en cada superficie impecable. Se había quitado el vestido de gala, pero la sensación de traición seguía pegada a su piel como una película sucia. No lloraba. La rabia era un bloque de hielo en su pecho, demasiado pesado para las lágrimas.
Félix no vino. No llamó a la puerta. Su ausencia era otra capa de hielo, una confirmación tácita de que no había defensa posible para lo que había hecho. O, peor aún, de que no se arrepentía.
Al amanecer, Clara, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño pero con una determinación de acero, fue directamente a la sala de control. No iba en busca de Félix. Iba en busca de la verdad.
Gael estaba allí, sumergido en el resplandor azulado de sus pantallas. Al verla entrar, supo instantáneamente por qué estaba allí. Su rostro se llenó de una piedad incómoda.
—Doctora —murmuró, haciendo un intento