El ala oeste de la clínica parecía una zona de guerra. La espuma blanca se adhería a las paredes y al suelo como nieve sucia, mezclada con las oscuras manchas de la lucha. Los hombres de Rojas trabajaban con eficiencia macabra, limpiando los restos del fallido asalto. El aire olía a pólvora, químicos y sangre.
Clara, aún temblorosa pero con la mente clara, se negó a ser llevada a un lugar seguro. Mientras los equipos médicos se movilizaban para atender a los heridos leves entre el personal de la clínica y para trasladar a Marcos al quirófano —esta vez como paciente—, ella se quedó junto a Félix en el pasillo devastado.
—Kael —dijo Clara, su voz más firme de lo que esperaba—. Sin él, estaríamos muertos o capturados.
Félix no apartaba la vista de los hombres que cargaban el cuerpo sin vida del líder de los asaltantes, el de la cicatriz. —Un traidor que elige el bando ganador en el último segundo no es un aliado, Clara. Es un oportunista. —Giró la cabeza hacia ella, sus ojos eran gélidos