El convoy de Félix surcó la noche como un rayo de ira sobre ruedas. Dentro del vehículo principal, la atmósfera era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. La frustración por haber caído en la trampa de Alessio se transformaba en una furia helada al conocer el mensaje de Kael. ¿Estaba tendiendo otra trampa, o era su búsqueda de redención?
—Gael, dame ojos —ordenó Félix, su voz un latigazo en el silencio del vehículo.
Gael, con los dedos volando sobre un portátil militar, pirateó las cámaras de tráfico y seguridad privada en la ruta hacia la clínica. Las imágenes, granulosas y en tiempo real, mostraran la fachada del edificio. No se veía movimiento inusual en el exterior, una calma engañosa que era en sí misma una bandera roja.
—Parece tranquilo… demasiado tranquilo —masculló Gael—. Han desactivado las alarmas externas. Esto es profesional, jefe.
—Alessio no arriesgaría su preciada piel en el asalto directo —analizó Félix, sus ojos eran dos rendijas de pura concentración—. Pero