El nombre "Hypnos" resonó en el silencio del cybercafé como un mal presagio. Mientras el equipo de Rojas completaba el registro infructuoso del local, Clara no podía apartar la mirada de esa etiqueta descolorida. Sueño. Muerte. Samuel Corvalán había bautizado su obra con el nombre de un dios, otorgándole una dimensión mitológica a su locura. No se veía a sí mismo como un científico, sino como una fuerza de la naturaleza, un heraldo del sueño eterno.
De regreso a la clínica, la atmósfera era sombría. La supuesta victoria se había convertido en una carrera contrarreloj. En la sala de control, Gael se había sumergido en una búsqueda digital frenética, rastreando cualquier mención de "Hypnos" en bases de datos médicas, proyectos de investigación olvidados, o en los oscuros rincones de la deep web donde se comerciaba con información prohibida.
Félix observaba las pantallas, su perfil tallado en granito. La frustración era un veneno que corría por sus venas. Habían matado al monstruo, pero