El amanecer encontró a Clara despierta, el cuerpo aun languideciendo en el recuerdo de la pasión de la noche, pero la mente ya alerta, afilada como un bisturí. La idea de Gael era un anzuelo perfecto, diseñado para atraer lo mejor de ella: su intelecto clínico. Félix ya se había marchado, sumido en las primeras actividades del día, pero su presencia impregnaba la suite, un recordatorio tácito de la complicidad que ahora los unía.
La reunión tuvo lugar en el despacho de Clara. Gael había dispuesto varios monitores mostrando los informes forenses de las muertes de Romina y Velasco, junto con fotografías de la escena, frías y desprovistas de emoción. Rojas estaba presente, una presencia silenciosa y vigilante cerca de la puerta. Marcos, aún en recuperación, pero insistiendo en participar, seguía la reunión a través de una pantalla en su habitación.
—Doctora —comenzó Gael, con un respeto que ahora era genuino—. He revisado cada detalle hasta la saciedad. El modus operandi es idéntico: un