El amanecer encontró a Clara en su nuevo despacho, una estancia amplia con ventanas blindadas que ofrecían una vista engañosa de la serenidad de los jardines. Había pasado las últimas horas revisando inventarios, memorizando planos y estableciendo protocolos con Anya. La clínica era una máquina perfecta, pero una máquina que necesitaba una mano que la guiara. Su mano.
Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Anya, su rostro ya mostraba las primeras señales de un liderazgo incipiente.
—Doctora, el paciente ha llegado. Lo están trasladando a la sala de preparación del quirófano uno.
Clara asintió, levantándose. —¿Estado?
—Estable, pero con pérdida de sangre significativa. Herida de bala limpia, muslo izquierdo. El proyectil está alojado. Los paramédicos dicen que fue durante un… encuentro en el muelle.
Una escaramuza en el puerto, había dicho Félix. Clara no necesitaba más detalles. Sabía que ese “encuentro” había sido una cortina de humo, una distracción orquestada