La noticia de la muerte de Velasco resonó en el silencio estéril de la sala de control como el eco de una bala perdida. Clara no lloró. No gritó. Una frialdad glacial se apoderó de ella, solidificando la ansiedad en una determinación afilada. Velasco era un idiota pomposo, pero era su idiota pomposo. Un pedazo del HUSA. Un recordatorio de cuando su mundo era pequeño y sus enemigos solo eran la envidia y la incompetencia.
—¿Cómo? —preguntó, y su voz sonó extrañamente serena.
Kael tecleó en su consola. Una imagen de archivo del Dr. Velasco, tomada de su ficha del HUSA, apareció en una pantalla. Junto a ella, una foto forense, demasiado gráfica. Velasco yacía en el suelo de azulejos blancos de lo que parecía el vestidor de cirujanos. La herida era idéntica a la de Romina: un tiro limpio en la frente. Pero el "toque personal" era aún más sádico. Le habían colocado un estetoscopio alrededor del cuello y un bisturí manchado de sangre en la mano, como una mueca macabra de su profesión.
—Enco