La palabra en la pantalla del buscapersonas parecía grabada con fuego. Siempre. No era una amenaza explícita. Era algo peor: una declaración de hecho. Un recordatorio de que su presencia, real o imaginada, sería una constante. No había dónde esconderse.
—¿Qué pasa? —preguntó Amanda, su voz tensa—. ¿Qué dice?
Le mostré la pantalla. Su rostro perdió el último resto de color.
—¿De qué número es? ¿Quién lo envió?
—No lo sé —respondí, mi voz un hilo—. Es interno. Pero no debería… esto no es para esto.
El sistema de buscapersonas era unidireccional, solo para alertas del hospital. Alguien había manipulado el sistema. O tenía acceso a niveles de los que ni siquiera era consciente. El mensaje era otra demostración de poder. Más sutil que los mensajes de texto, pero igual de efectiva. Me estaba diciendo que incluso dentro de la maquinaria del HUSA, él podía alcanzarme.
—Es suficiente —dijo Amanda, con una determinación repentina—. Ahora mismo vamos a hablar con Larra. No importa si nos interru