El octavo día comenzó con la luz regresando a su intensidad habitual y el zumbido sordo de la climatización restablecida. Clara despertó sintiéndose extrañamente restaurada, como si su cuerpo, aferrándose a la vida con uñas y dientes, hubiera absorbido cada nutriente de la escasa comida y agua del día anterior. La vergüenza por haber cedido seguía allí, un peso bajo el esternón, pero ahora se mezclaba con una lucidez fría y peligrosa. La lección de Liam había calado: podían quebrar su cuerpo. Su mente era el siguiente objetivo.
La rutina mañanera del técnico se repitió, pero hoy, junto al desayuno, había una pila de ropa nueva. No eran las batas médicas funcionales ni la ropa interior genérica que le proporcionaban. Era un conjunto de leggings negros y una camiseta de cachemira suave y gris. Ropa de calle. Ropa de alguien que podría salir. La provocación era tan obvia que casi resultaba ofensiva.
Se vistió mecánicamente. La suavidad del cachemira en su piel, después de días de tejidos