Rencor

Rafael parpadeo un par de veces, no creyó encontrarla después de tantos años precisamente en el mismo lugar en donde iba a estar por mucho tiempo. 

Estaba igual, no había cambiado nada. Su mirada seguía siendo la misma. 

Por detrás se ubicó su esposa, quedando a su lado al mismo tiempo que sujetaba su mano.

—Ella es mi leal secretaria, ha estado conmigo por dos largos años… Ella es la persona que te va a acompañar y conoce a la perfección el funcionamiento de la empresa. Puedes confiar plenamente en ella. No vas a encontrar a nadie igual. 

Ella se acercó a Rafael y estiró su mano, algo que lo tomó completamente desprevenido. 

—Mucho gusto señor, será un placer trabajar con usted. 

Rafael endureció su rostro al ver el cinismo y la mentira por parte de ella. 

Él estiró su mano imitando su acción, un apretón de manos breve, uno que hizo que ella sintiera un corrientazo por toda su columna vertebral. 

—Bueno, entonces prepararemos una cena para esta noche —dijo el hombre—. Nos pondremos de acuerdo en las cosas y les daremos la bienvenida oficialmente, esta vez con la familia. 

—Me gusta mucho la idea papá, Rafael y yo estamos felices de vivir una temporada en esta ciudad. 

—Eso me gusta, así puedo disfrutar más a mi familia y quien quita… tal vez me puedan hacer abuelo pronto — el hombre guiñó su ojo. 

—Eso es lo que más queremos papá, formar una familia grande. 

Abigail miró como ella besaba la mejilla de Rafael. Él era feliz… era feliz sin ella. 

—Hija, quiero que vayamos a revisar lo que tú vas a manejar, mientras tanto, dejemos que Rafael se ponga al corriente con Abigail. 

Abigail se hizo un lado, dando paso a que su jefe pasara con su hija fuera de la oficina, quedando sola con Rafael en medio de esas cuatro paredes. 

Definitivamente una completa tortura para ella. 

El ambiente se sentía completamente tenso, el único sonido palpable en el lugar eran sus respiraciones mezclado con los latidos acelerados de sus corazones. 

Rafael se dirigió hasta la licorera y sirvió un trago, su cuerpo estaba completamente tenso, la presencia de ella no era nada agradable en su vida. 

—Rafa —musitó Abigail en voz baja. 

Él apretó el vaso en su mano, aún recordaba el tono de su voz. Él bebió de un solo sorbo aquel licor quemando su garganta. Dejó con fuerza el vaso sobre la mesa, se dio media vuelta y se sentó en la silla de presidencia. 

—Señor Baker para ti —advirtió—. Se supone que no nos conocemos o eso diste a entender. No soy Rafa, no soy Rafael… señor Baker. ¿Queda claro o debo repetirlo de nuevo? —espetó con desdén. 

Abigail tragó saliva con fuerza, nunca en todo el tiempo que estuvo con él le habló de alguna manera que la pudieran hacer sentir mal. Y la frialdad con la que él estaba hablando, la estaba helando por completo. 

—Me quedó claro. Lo lamento señor Baker. 

—¿Qué lamentas? —cuestionó él. 

Él dio unos cuantos pasos sintiendo como la rabia crecía por su cuerpo y corría por sus venas mientras la veía pequeña, completamente pequeña.

—¿Qué lamentas Abigail, hacer como si no nos conociéramos o haber desaparecido de mi vida por tanto tiempo sin razón alguna? No tenías ningún derecho a aparecer nuevamente en mi vida, y hacer como si nada —dijo con prepotencia mirándola de arriba abajo—. No tienes derecho de estar en el mismo lugar que yo.  

Ella subió la mirada sintiéndose completamente intimidada, parecía otra persona totalmente distinta.

—¿Por qué tienes que aparecer para amargarme la existencia? Lo último que quería era verte la cara. 

—Estoy aquí trabajando, no estoy aquí intencionalmente para afectarte —respondió ella con su voz entrecortada—. Trabajo aquí desde hace dos años. Solo es una casualidad, nada más. 

—Sí, es una maldita casualidad, tienes razón. 

—Podemos empezar por mirar los pendientes del señor Miller, tiene una reunión importante la siguiente semana… 

Rafael comenzó a reír, como si ella acabara de contarle el chiste más gracioso en su vida. 

—¿De verdad crees que quiero escuchar eso? no me diste una maldita explicación. Me dejaste plantado, te fuiste, cuando te busqué para escucharte, para entenderte… no estabas, en tu lugar encontré otras cosas. 

—Lo siento, no quise lastimarte. 

—No quisiste… porque no pareció. Nunca me diste una explicación, creo que es el mejor momento para que me la des, quiero una explicación —ordenó. 

—No hay ninguna explicación. ¿Tanto te cuesta entender que no quería casarme contigo? 

Rafael pasó la mano por su boca, totalmente exasperado. 

—Si quieres una explicación, esa es. Adicional, no veo porque me preguntas eso ahora, estás casado con una mujer igual a ti, feliz. 

—Sí, tienes toda la razón. Estoy feliz, completamente feliz. Estoy casado con una mujer que me complementa, una mujer que merezco. Sin embargo, creí que merecía una explicación, porque perdí dos años de mi vida con una mujer como tu. 

Abigail sintió como su mirada se cristalizó, el golpe de realidad que la vida le estaba dando no lo esperaba. Sonrió ocultando eso que le estaba martillando su corazón. 

—Espero que en verdad seas muy feliz Rafael. Me alegra que tengas a tu lado a la mujer que te da lo que necesitas. Te voy a exigir algo, no quiero hablar del pasado, de lo que hubo entre nosotros. 

—Tú aquí no me exiges nada. No olvides cual es tu lugar aquí Abigail.

—Es que no olvido cual es mi lugar, aquí, ahora, solo soy una empleada como antes. La diferencia es que antes había amor entre los dos y ahora solo hay odio.  

Él tensionó su mandíbula y se acercó tanto a ella que pareció que todo lo demás no existiera, tan solo ellos dos. 

—Exacto, solo hay odio —dijo con un tono de voz grave—. Y tú eres la culpable de que sea así.  

—Solo estoy aquí cumpliendo mi trabajo señor Baker. ¿Podemos dejar eso en el pasado y seguir con nuestras vidas? 

—¿Eso es lo que quieres? —ella afirmó moviendo su cabeza lentamente—. ¿Te incomoda tanto hablar de tus mentiras? 

—Me incomoda que hablemos de algo que ya no importa. Solo quiero hacer mi trabajo, el señor Miller me pidió que… 

—El señor Miller ya no está aquí, ahora soy yo —él interrumpió—. Ahora soy tu jefe y no me apetece que sigas aquí. 

Ella abrió sus ojos… no podía perder su trabajo. 

—Sí, eso lo sé. Pero él me aseguró que seguiría con el trabajo. 

Él se alejó mientras sonrió. Esa sonrisa, indiscutiblemente le recordó a Elizabeth, esa mujer que hizo que todo se acabara. 

—El señor Miller te aseguró algo, pero lo que él no sabe es la clase de persona que eres y creo que no hace falta recordarte que no confio en ti, no eres la persona idónea para estar trabajando a mi lado. Así que ya no me sirves, recoge tu liquidación. 

—No me puedes hacer esto Rafael. —Ella lo tomó del brazo, él se soltó mientras le daba una mirada cargada con ira. 

Abigail estaba luchando contra sus lágrimas, no podía perder, no podía llorar frente a él. 

—¿Te cuesta entender las cosas Abigail? señor Baker para ti, no tienes privilegios para tratarme como alguien cercano. 

—Es que no me puedes hacer esto. No puedes echarme de esta manera por algo que ocurrió hace mucho tiempo —ella aseguró.

—No te estoy echando por eso, te estoy echando porque no eres una persona de fiar. No quiero tener a mi lado una persona así. Eres mentirosa, manipuladora, ruin. Y si quiero continuar manejando la empresa con éxito, tu sobras, tu estorbas.  

—¿Te divierte burlarte de mí, desquitarte de esa manera? 

—No Abigail, porque no mereces esto… mereces mucho más, mereces sufrir cada maldito segundo de tu existencia. 

Él se recostó en el escritorio, mantuvo su postura desafiante y arrogante. Abigail limpió una de sus lágrimas, una que cayó deliberadamente por su mejilla. 

—La única forma en que no te eche de aquí es que te arrodilles, me supliques que no lo haga. Que lo hagas ahí —él señaló frente a donde estaba—. Quiero que te arrodilles y me ruegues para que conserves tu trabajo, solo así lo pensaré. 

—¿Eso es lo que quieres, que me arrodille ante ti?

—Sí. 

Ella avanzó hasta donde él, quizá buscando eso que la enamoró o tal vez buscando un poco de compasión. 

—¿La única forma para que no me despidas de esta manera es que me arrodille? —él asintió—. Entonces prefiero irme antes que arrodillarme ante ti, no pienso suplicarte Rafael, no pienso hacerlo.  

—Escogiste la mejor decisión, porque si te quedas aquí… te haré pagar cada cosa que tuve que soportar por lo que hiciste. Ahora vete, largate Abigail… vete lejos y no vuelvas. No quiero volver a verte en mi vida.  

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