La debilidad del cruel millonario
La debilidad del cruel millonario
Por: Yina Zabala
Planes fallidos

Abigail sonrió una vez más mientras observó por el retrovisor, el vestido blanco era el protagonista en el carro mientras que su rostro irradiaba felicidad. Había llegado el gran día, el que habían esperado desde hace mucho, por el que tanto lucharon.

Por fin uniría su vida a la del hombre  que más amaba. El hombre que la hacía sentir plena en todo sentido. Daría el sí al hombre que día a día le mostró que podría ser amada como lo merecía.

A lo lejos se alcanzó a ver la iglesia, enorme e imponente. La hora se iba acercando, sin importar todos los obstáculos que se les presentó por fin estarían juntos. 

Faltando muy poco para llegar, el carro se detuvo abruptamente haciendo que ella golpeara levemente su cabeza. Todo sucedió muy rápido cuando un carro se atravesó evitando que pudieran seguir. 

Un carro muy familiar. 

Abigail vio a la mujer que se bajó del otro carro, era inconfundible… y lo único cierto era que cuando ella estaba cerca, nada salía bien. Hizo una seña y el chofer abrió la puerta e hizo salir del carro a Abigail. 

La mujer se acercó a ella con su mirada neutral, con su postura imponente y la miró de arriba a abajo de manera despreciable como si fuera un bicho más del montón. 

—Señora Elizabeth, pensé que nos veríamos en la iglesia —dijo Abigail con educación. 

Finalmente serían familia y no quería que su matrimonio se viera afectado por culpa de esa mujer. 

—Sería lo último que haría, primero muerta antes de ir a esa iglesia a presenciar la peor estupidez que mi nieto piensa cometer —ella espetó con rabia, pero con aparente tranquilidad—. Jamás apoyaría semejante barbaridad.

—¿Entonces si no está de acuerdo qué hace aquí? —ella cuestionó sintiendo impotencia—. No pienso llegar tarde a mi matrimonio por usted, Rafael me espera y no pienso permitir que él crea que no voy a llegar —Abigail dijo intentando volver al carro, pero el chofer no lo permitió. 

Elizabeth sacó de su bolso un sobre y lo lanzó al suelo mientras que en su rostro se curvó una sonrisa lo suficiente peligrosa. 

La miró con desdén y se cruzó de brazos esperando que Abigail se lanzara al suelo. 

—¿Qué es esto? —preguntó Abigail, ella solo comenzó a reír.

—Este es el pase para la libertad de mi nieto, con esto te vas a alejar. No voy a permitir que mi nieto se case con la hija de un asesino —aseveró la mujer. 

Abigail sintió como un baldado de agua fría cayó sobre ella, se sintió pequeña frente a esa mujer y sus empleados. 

—Veo que ni siquiera te inmutaste… no sé si me quieres ver la cara de tonta o en realidad tu memoria se bloqueó. ¿Qué crees que diría Rafael cuando se diera cuenta que tu padre fue el responsable de la muerte de mi hijo, de su padre? —Abigail tensó su cuerpo—. Contéstame, me imagino que no se lo has dicho porque de lo contrario no estarías así vestida de blanco, gastando mi dinero en semejante payasada —ella la señaló con desaprobación, con asco. 

—No sé de qué habla —ella comenzó a reír con notoria elegancia y maldad. 

—Mira niña idiota, te advierto que no pienso dejar que la vida de mi nieto se arruine por culpa tuya, no voy a dejarlo, no voy a permitirlo. Por lo que veo seguirás con tu estúpida idea de que no sabes a lo que me refiero aún teniendo aquí las pruebas, te voy a poner las cosas más fáciles niñita, o te devuelves por tu camino y no te casas con mi nieto o hago un par de llamadas y desconectarán a la escoria de tu padre…  ¡Qué triste vivir conectado, vivir sedado porque su enfermedad no le permite nada más! tú decides.

—Con mi papá no se meta señora, porque no sabe lo que soy capaz de hacer —ella esbozó una sonrisa.

Abigail sintió una opresión en su pecho, todo esto era demasiado para ella. 

—Claro que sí sé de que eres capaz, tengo aquí las pruebas, tu y tu familia deben ser igual de delincuentes. No soy una mujer a la que le guste repetir las cosas, pero estás advertida niñita en donde  te cases con mi nieto, en ese mismo momento tu papá pasará a una mejor vida.  

—Usted no se atrevería a hacerlo… —Abigail titubeó. 

—Claro que me atrevería, cuando me enteré que mi nieto se iba a casar con una empleaducha como lo fue su madre decidí que haría hasta lo imposible por detenerlo. No voy a dejar que mi nieto cometa el mismo error que mi hijo. Esta vez, así tenga que usar todos los recursos que estén a mi alcance voy a evitar que él se equivoque. Y no me importa mancharme las manos, por la felicidad de mi nieto soy capaz de cualquier cosa.  

—Si eso fuera verdad, no estaría impidiendo que nos casemos, soy yo la felicidad de su nieto. 

Elizabeth soltó una sonora carcajada, dio un par de pasos con elegancia y negó. 

—No me conoces nada niña, puedo ser tan peligrosa, como poderosa. 

Abigail sintió un escalofrío recorrerla por completo. Ella tomó su teléfono y lo puso en altavoz mientras la sonrisa llena de satisfacción en su rostro se ensanchaba un poco más. 

—Doctor, ¿Cómo está? Aquí con Elizabeth Jones, sí habló conmigo días atrás, solo quería recordarle que tendrá su aguinaldo por comportarse a la altura conmigo, por sus servicios, pero sobre todo por el trato que tengamos con Gerard… 

Abigail le quitó el celular de sus manos y lo lanzó al suelo, en esos momentos no le importó nada, no le importó más que salvar al único familiar que le quedaba, por encima de la mujer más importante del hombre que amaba. 

—No se atreva a ponerle un dedo encima a mi papá porque o si no... 

—¿Por qué o sino que? —ella gritó—. A mí no me amenaces, no eres más que una insípida empleada que quiere escalar de cualquier manera. ¿En realidad crees que mi nieto te va a tomar en serio luego de saber quién eres en verdad? Aquí no vengas a exigir, las mujeres como tú no terminan bien… No me hagas perder más el tiempo y vete lejos, lo más lejos que puedas de mi nieto. 

—Entiendo que usted me odia, pero de hay a que le importe muy poco la felicidad de Rafael es algo que no voy a comprender, él va a sufrir. 

—Ya me aburriste, me aburriste niña… Si necesitas dinero, te lo daré. —Ella sacó un cheque y lo lanzó al suelo—. Vete lejos. Quédate con las pruebas, me imagino que quieres ver que tanto sé de tu vida. Tengo un par de copias más por ahí. No quiero que mi nieto sepa que yo tuve algo que ver con esto, te lo advierto. Porque no solo se muere tu padre, si no que también te mueres tú… Y Rafael también sufrirá las consecuencias. 

Ella le hizo señas a su chofer y se subió en el carro mientras que Abigail se quedó allí mirando el desastre que había a su alrededor. 

Tomó las dichosas pruebas, y sus ojos se llenaron de lágrimas, ella se había puesto en la tarea de averiguar cada parte de su vida.  

Limpió las lágrimas que salieron repentinamente rodando por sus mejillas, mientras buscaba fuerza para tomar decisiones. 

—Señorita ¿continuamos? —dijo el chofer tocando su hombro, haciendo que ella volviera a su cruel realidad.

—Sí por favor llévame a la iglesia —pidió, él simplemente movió su cabeza asintiendo y luego se subió esperando que ella se subiera al carro. 

Abigail tomó los documentos y se subió al carro, su cabeza no dejaba de dar vueltas, las palabras de esa señora seguían rondando una y otra vez.

Al llegar, se veían las personas alrededor, sus invitados, prácticamente todos de él y de su prestigiosa familia. 

Ella bajó del carro y allí lo vio, sus ojos oscuros como una noche intensa, la observaban desde su lugar, su rostro tenía una sonrisa genuina y enamorada.

Las personas a su alrededor la miraban, sus rostros eran falsos, sus sonrisas eran falsas, simplemente estaban ahí por Rafael. De fondo vio a su abuela sonriente como todos los demás invitados, la mujer estaba ahí lista para ver todo en primera fila.

Abigail caminó acercándose  a él, con pasos firmes y decisivos, con un nudo en la garganta que no se podía comparar con absolutamente nada. 

—Estás hermosa… estás espectacular —él dijo entre susurros. 

Ella absorbió las ganas de llorar y su rostro se endureció. 

—Tú también te ves muy bien…Rafa, necesito hablar contigo, pero no aquí. 

Él arrugó su entrecejo, ella no era la mujer que conocía, se veía distinta, fría. 

—¿Sucede algo? el sacerdote nos está esperando, tardaste un poco más de la cuenta… Sin embargo, aquí teniéndote enfrente debo decir que la espera no fue en vano, no me canso de verte, no tienes idea lo mucho que anhelo que seas mi esposa… que seas solo mía.

—Rafa, no me voy a casar contigo.

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