La cárcel no era aquel mundo criminal cargado de narcotraficantes, sicarias y toda clase de bandidas; no era aquella representación televisiva tan artificial de uniformes naranja chillón, consumidores de crack y poderosos que mueven sus recursos para conseguir lo que quieren aún estando presos. No. La prisión femenina a la que fui era un lugar triste, el más triste del mundo, era el abandono total, la marginalización de mujeres sin opciones, pobres, excluidas, olvidadas, ultrajadas, violentadas... Si, habían algunas que estaban allí por cosas terribles pero la mayoría no.
Así que no me tope con historias de asesinas seriales expertas ni de perversas genias del lavado de dinero, me encontré con prostitutas solitarias, madres que tomaron la decisión de vender estupefacientes, mujeres que mataron a sus abusadores, chicas que robaron una computadora para regalársela a algún novio, esposas implicadas en el narcomenudeo porque «hazlo por los niños, merecen una mejor vida», un par de homici