Transcurrió un mes y para Astor no pasó desapercibido la hostilidad que había en la humana, de cierta manera le parecía bien que ella mantuviera su distancia, sin embargo, constantemente le recorría una incomodidad por saberse odiado.
Y aunque no le era particularmente agradable comunicarse con ella, sabía que en algunas ocasiones era necesario.
Por fin, recibió noticias de su hermano, dos cartas habían llegado, una dirigida hacia él y otra hacia ella. La buscó fuera del palacio y la encontró dormitando sobre el césped, aquella actividad no le parecía propia de una dama, pero no dijo nada, aunque le molestaba que empezaba a ser rutinaria, comúnmente lo hacia sola y en esa ocasión no fue la excepción, se acercó silenciosamente.
Eleanor abrió los ojos cuando sintió una presencia extraña, lo primero que vio fue los intensos ojos dorados de Astor, se levantó rápidamente del suelo e hizo una reverencia.
—¿Que se le ofrece, su majestad? — pregunto ella, amargamente, Astor notó que no estaba