Inicio de clases. 4

Caminó hacia allá con paso tranquilo, evitando las miradas curiosas, los codazos cómplices y las risitas que aún no distinguía si iban dirigidas a ella o no, no le importaba, solo quería almorzar en paz. Mientras Aileen comía en silencio, concentrada en su emparedado, un chico de grados menores se le acercó titubeando, parecía nervioso, como si llevara una misión importante, pero no estuviera del todo seguro de querer cumplirla, le extendió una barra de chocolate, con la envoltura apenas arrugada.

— Te lo mandan. — murmuró antes de girarse y salir corriendo como si hubiera lanzado una granada.

Aileen lo siguió con la mirada, confundida, hasta que lo vio detenerse justo al lado de Leo, el chico más alto, recostado contra una columna, le entregó un billete sin el menor intento de disimulo, ni una sonrisa, ni una palabra, solo ese gesto frío y descarado que la hizo fruncir el ceño, tomó la barra entre sus dedos, sopesándola, chocolate negro con almendras, justo su favorito.

— Vaya forma de declarar la guerra. — murmuró para sí, entrecerrando los ojos.

Aileen terminó de comer con calma, disfrutando cada bocado, el emparedado estaba perfecto, la fruta fresca y la soda lo bastante fría para despejarle la mente, sin embargo, dejó el chocolate a un lado, no era momento de caer en provocaciones, ni siquiera si venían envueltas en su dulce favorito. Cuando alzó la vista, Leo ya no estaba en su sitio, la columna donde se había apoyado minutos antes lucía vacía, pero la sensación persistía, esa extraña certeza de ser observada, como si una mirada aún se aferrara a ella desde algún rincón invisible del comedor.

Pasó su mano por el brazo, un escalofrío leve la recorrió, no tenía miedo, pero sí una creciente inquietud, algo le decía que ese primer día apenas estaba comenzando.

*******************

Volvió al salón antes que la mayoría, el murmullo lejano del pasillo apenas se colaba por la puerta entreabierta, cuando se acercó a su mesa, notó algo fuera de lugar, un pequeño papel doblado descansaba sobre la madera, justo encima de su cuaderno, lo abrió con cuidado.

"¿Vas a despreciarme de esa forma tan cruel solo por un chocolate?"

Aileen enarcó una ceja, exhaló por la nariz sin reír y dobló el papel con la misma calma con que lo había abierto, lo deslizó dentro de su bolso sin emitir palabra, sin mirar hacia atrás, se sentó, cruzó las piernas y abrió su cuaderno de literatura. Podía sentirlo, la misma mirada fija, firme, persistente, como si su indiferencia lo retara a seguir escribiendo.

La profesora de arte entró como una ráfaga de color; una blusa con estampado de pinceladas, collares de cuentas y una cartera enorme de la que asomaban papeles, tubos y hasta un pincel olvidado, no se presentó ni pidió nombres, solo miró alrededor con ojos agudos, como si eligiera piezas para su próxima obra, y señaló directamente a Aileen.

— Tú... — dijo, señalándola con un lápiz morado — Ve a la biblioteca por materiales para dibujo, pide el paquete para el grupo doce. — Aileen se levantó con una pizca de confusión.

— No sé dónde está la biblioteca. — admitió.

La profesora no lo dudó ni medio segundo, volvió su mirada hacia el fondo del aula, como si ya supiera a quién involucrar.

— Leo, acompáñala. — él alzó la cabeza lentamente desde su asiento, como si lo hubiera estado esperando.

Se puso en pie sin decir una palabra, caminó hacia la puerta y esperó a que ella lo siguiera, Aileen dudó un instante, luego ajustó la manga de su blusa y caminó detrás de él, sin mirarlo, el pasillo se sentía más largo con sus pasos sincronizados y el silencio entre ambos pesaba como plomo entre los lockers.

— ¿No te gustó el chocolate? — preguntó él al fin, con su voz baja, casi monótona, sin mirarla, ella tampoco lo miró, solo contestó, firme.

— No me gustan las sorpresas que vienen con deuda. — Leo soltó una risa breve, sin alegría.

— Entonces vas a tener un problema aquí. — ella no respondió.

Siguieron caminando, dos líneas paralelas que no sabían si iban a chocar o fundirse, mientras caminaban por el pasillo, Aileen se dio cuenta de la diferencia de altura entre ambos. Él le sacaba fácilmente más de tres cabezas, y sus pasos largos la obligaban a acelerar un poco el ritmo para no quedarse atrás.

— ¿Vas a ser mi bully todo el año? — preguntó ella de pronto, sin mirarlo, Leo se rio, una risa seca, pero sin malicia.

— No... — dijo — Solo el primer día, después me aburro. — Aileen frunció los labios, conteniendo una sonrisa que no quería dejar salir.

— Qué generoso de tu parte. — murmuró.

— Lo sé. — respondió él, sin ninguna modestia.

La biblioteca apareció al final del pasillo como un pequeño refugio entre tanto ruido, Aileen aún no sabía si el chico que caminaba a su lado era un problema o una distracción peligrosa. Fue Leo quien se adelantó a pedir los materiales, la bibliotecaria los observó por encima de sus lentes; primero a Aileen, luego a Leo, y finalmente esbozó una sonrisa cómplice antes de desaparecer entre los estantes traseros.

— ¿Siempre mandan a los nuevos con escolta? — murmuró Aileen, cruzándose de brazos.

Leo no respondió, solo se giró un poco hacia ella, como si evaluara su perfil bajo la luz tenue del pasillo de libros, cuando la bibliotecaria regresó con dos cajas llenas de cuadernos de dibujo y lápices, él fue quien se inclinó para tomarla. Antes de enderezarse, alzó una mano y atrapó suavemente un mechón del cabello de Aileen, lo acercó a su nariz con total naturalidad, como si eso fuera algo común.

— Hueles a manzana y fuego. — comentó con voz baja, sin soltar el mechón.

Aileen dio un paso atrás, lo miró como si acabara de escuchar un idioma nuevo y negó con la cabeza.

— Eres raro. — Leo soltó una risita, sin parecer ofendido.

— Lo han dicho antes... — replicó, echando a andar con una caja en brazos — Pero nadie me llamó "raro" con esa cara de querer seguir escuchando. — Aileen se quedó un segundo en su lugar, sin saber si estaba más molesta o intrigada.

Luego caminó tras él, negando con la cabeza, pero sin borrar la sonrisa que se formaba en sus labios, Aileen caminaba con esfuerzo, apretando los dientes mientras sostenía la caja de materiales, pesaba más de lo que aparentaba y eso hacía que su paso fuera lento, casi torpe, a su lado, Leo iba con la otra caja como si cargara una almohada, él la miró de reojo, alzó una ceja con burla contenida y soltó.

— Con esas piernitas de grillo no vamos a llegar ni antes del cierre del año escolar, dámela. — Aileen lo fulminó con la mirada.

— No necesito ayuda. — masculló, acelerando el paso solo por orgullo.

Pero la caja se ladeó, resbaló de sus brazos y en un intento de salvarla, su pie resbaló también, estuvo a punto de caer, pero antes de que tocara el suelo, unas manos firmes atraparon la caja y la estabilizaron, Leo ya tenía la otra bajo el brazo.

— ¿Decías? — dijo con una sonrisa torcida, mientras cargaba ambas sin esfuerzo, Aileen se cruzó de brazos, ofendida.

— Podías dejarme caer, así te librabas de mí. — frunció el ceño.

— Podría... — respondió él, mirándola con intensidad — Pero prefiero quedarme a ver cómo te levantas. — ella frunció el ceño, pero por dentro, algo se removió.

— Eres insoportable. — murmuro.

— Y tú, adorable cuando te enojas. — le guiñó un ojo y siguió caminando, como si no acabara de decir nada fuera de lo normal.

Aileen lo siguió en silencio, sin saber si quería empujarlo, o sonreír, cuando entraron al salón, las conversaciones bajaron de volumen por un segundo, Aileen cruzó la puerta con las manos vacías, el rostro serio y la cabeza en alto, detrás de ella, Leo cargaba sin esfuerzo las dos cajas, como si fueran de papel. Las dejó con cuidado sobre el escritorio de la profesora de arte, que apenas los miró por encima de sus lentes de colores, demasiado ocupada sacando plumones, pinceles y lo que parecía un títere.

— Perfecto, chicos, siéntense y no tiren pintura, que tengo un vestido nuevo. — dijo mientras batía una paleta de colores sin mucho sentido.

Aileen regresó a su asiento, sentía las miradas encima, especialmente las de Chloe y Thomas, que no disimulaban nada, Leo, por su parte, caminó tranquilo hasta su lugar, se dejó caer en la silla y le lanzó una mirada ladeada por el rabillo del ojo, ella fingió no notarlo.

— ¿Le regalaste el pelo también? — susurró Chloe con una sonrisa torcida.

Aileen la empujó suavemente con el codo, sin poder evitar reírse.

— Cállate. — Leo solo estiró las piernas debajo de su mesa, apoyó un brazo en el respaldo de su silla y no dejó de mirarla.

La profesora de arte palmeó con fuerza el escritorio.

— Hoy haremos un dibujo a mano alzada, no me importa si es realista, expresionista o parece una aberración de Picasso después de un mal café, solo dibujen, usen a sus compañeros de mesa como referencia si quieren. — un murmullo cruzó el aula mientras las miradas iban y venían buscando pareja.

Aileen bajó la vista a su mesa vacía, nadie se acercó, fingió no notar cómo Tiffany giraba los ojos y movía su silla lo más lejos posible.

— ¿Profesora? — preguntó Aileen, alzando la mano, su voz sonó firme, aunque por dentro deseaba estar en cualquier otro lugar.

— Dime, cariño. — pasó suavemente la mano por sus rizos.

— ¿Puedo usar mi celular para dibujar? No tengo compañero. — la profesora la miró, luego repasó el salón con sus ojos delineados en azul eléctrico.

Nadie se movió hacia Aileen, nadie dijo nada, suspiró.

— Sí, puedes usarlo... — respondió al fin, con un tono amable — Al menos tú pareces tener intención de trabajar. — Aileen sacó su celular y abrió la aplicación de dibujo que usaba desde pequeña.

Apoyó el brazo en la mesa, trazando con el dedo índice líneas suaves, buscando concentrarse en algo que no fueran las risas ni los cuchicheos. Aileen no necesitaba mirar a su alrededor, mientras todos garabateaban o peleaban por lápices de colores mordidos, ella buscó en su galería la única imagen que nunca eliminaba: una foto de Gabriel sonriendo con esa expresión medio burlona, medio protectora, que siempre tenía para ella.

Dejó el celular apoyado contra el estuche, sin prestarle atención a Leo ni al murmullo del aula, sacó su propio estuche de lápices, un estuche de cuero marrón que había envejecido con dignidad, con el nombre "A. Carter" grabado en la esquina. Dentro, había una colección perfectamente ordenada de lápices profesionales: grafito, carboncillo, sanguina, sus herramientas de batalla, no necesitaba nada más.

No usó regla, ni goma de borrar, solo su pulso, su instinto y años de práctica. Los trazos fluyeron como si los tuviera tatuados en los dedos, primero los ojos, que eran lo que más extrañaba, Luego la forma de su rostro, el mechón rebelde de su flequillo, cada línea era una caricia, un reencuentro. Dibujar era como beber agua, necesario, vital.

Su primera pintura había sido a los cinco años, una figura torpe de colores chillones, Gabriel, le pasaba los tarros de témpera mientras ella pintaba con las manos, con la cara, con todo el cuerpo, desde entonces, había crecido con un pincel en la mochila y su hermano a su lado. Gabriel siempre había creído en su talento, incluso cuando los demás solo veían a una niña reservada que hablaba poco y observaba mucho, él le decía que algún día expondría en galerías, ella solo quería seguir dibujándolo.

El aula siguió con su ruido de fondo, pero para Aileen no existía nada más allá de la hoja, Leo miraba de reojo, no entendía el dibujo ni el rostro del chico que tomaba forma con cada trazo, pero sí supo algo; ella no era como las demás y eso lo fascinaba.

Aileen terminó el dibujo con un último trazo firme, dejó el lápiz sobre la mesa y respiró hondo, como si acabara de liberar algo que llevaba días guardando, se levantó despacio, con el cuaderno entre los dedos, y caminó hacia el escritorio sin mirar a nadie. Cuando la profesora vio el dibujo, se le cayeron los lentes por la punta de la nariz, parpadeó varias veces, los acomodó temblorosa y volvió a mirar la hoja con los ojos bien abiertos.

— ¿Tú hiciste esto ahora mismo? —preguntó, su voz subiendo de tono con una mezcla de sorpresa y reverencia, Aileen se encogió de hombros, incómoda con tanta atención — ¿Puedo mostrarlo? — insistió la profesora.

Ella dudó, la idea de que todo el salón viera ese retrato, ese pedazo de su alma dibujado en papel, no le gustaba, Gabriel era suyo, ese momento también, pero la profesora ya se había levantado con el cuaderno en alto, cruzando el salón como si llevara una obra maestra. La sostuvo frente al grupo y comenzó a hablar de líneas, profundidad, técnica y emotividad, decía que era el tipo de talento que no se enseñaba, que solo nacía, los murmullos no tardaron, algunos chicos se inclinaron sobre sus mesas para ver mejor, otros solo rodaron los ojos.

Aileen apretó los labios, deseando volver a su asiento y desaparecer entre los cuadernos, fue entonces cuando lo notó, Leo, que antes parecía tan relajado, tan burlón, ahora la observaba con otra expresión. Más seria, más contenida, como si ese retrato le hubiera dicho algo que él aún no comprendía, Aileen sostuvo su mirada por un segundo, solo uno y luego la apartó, volvió a su sitio sin decir nada, guardó su estuche con manos lentas y bajó la mirada al escritorio, deseando que el resto de la clase terminara pronto.

La profesora mostró varios dibujos más, algunos con buen trazo, otros que eran, peculiares, por no decir otra cosa, cada obra fue recibida con aplausos tibios o risas disimuladas, dependiendo del autor, el ambiente se volvió más ligero, como si todos olvidaran por un momento que estaban en clase. 

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