Inicio de clases. 5

Cuando sonó el timbre, un estruendo de mochilas cerrándose y sillas arrastrándose invadió el aula, los estudiantes se lanzaron hacia la puerta como si hubieran estado presos durante horas, algunos reían, otros gritaban y unos cuantos simplemente corrían sin mirar a quién empujaban en el camino.

Aileen no se apresuró, con movimientos medidos, comenzó a guardar su estuche de lápices, alineando cada uno en su sitio antes de cerrarlo con cuidado, colocó el dibujo dentro de una carpeta rígida y revisó que nada quedara fuera de lugar, no tenía intención de salir con esa estampida de adolescentes fuera de control.

Se quedó sentada unos segundos más, escuchando cómo el bullicio se alejaba por el pasillo, la sala comenzó a vaciarse lentamente, como una playa después de la marea alta, solo quedaban un par de alumnos rezagados, y la profesora recogiendo papeles con entusiasmo. Al levantarse, Aileen se ajustó la mochila sobre un hombro, cuando Aileen caminó hacia la puerta, lo vio.

Leo estaba recargado en la pared, las manos en los bolsillos, y frente a él estaba otro chico igual de alto, de piel trigueña y mirada aguda, ojos ámbar tambien, la profesora lo había llamado Noah más temprano. Hacían un contraste inquietante: uno parecía observarlo todo con ese aire relajado y burlón; el otro, con ojos que parecían medir distancias y personas con la misma facilidad con la que alguien calcula un tiro perfecto, ambos se giraron hacia ella al mismo tiempo, como si la hubieran estado esperando.

Sin decir una palabra, se hicieron a un lado, dejando entre ellos un estrecho pasillo hacia la puerta, Aileen se detuvo por un segundo, era tan poco espacio que tendría que pasar cuidadosamente para no rozarlos. Levantó la barbilla y dio un paso adelante, con ese andar firme y controlado que usaba cuando no quería que nadie notara lo rápido que le latía el corazón, pasó por el centro, sin mirarlos, sin girar la cabeza ni una fracción de segundo.

Justo cuando creía haber escapado de esa pequeña trampa, los escuchó reír, no a carcajadas, sino con esa risa contenida y baja que dice más de lo que cualquier palabra puede expresar, Aileen no se detuvo, solo apretó el paso, pero su mente ya estaba registrando todo: la mirada, el espacio milimétrico, la risa y la extraña sensación de que el juego apenas comenzaba.

Aileen soltó el seguro de su bicicleta y se preparaba para salir del instituto cuando, como si el día aún no hubiera terminado de fastidiarla, Masón Grimm se le cruzó en el camino, el mismo idiota que había hecho el sonido de cerdo en clase. Se apoyó en una columna, con esa sonrisa torcida que a él le parecía encantadora y a los demás simplemente desagradable.

— ¿Qué dices, muñeca? ¿Te vienes conmigo un rato? — Aileen ni se molestó en fruncir el ceño, lo miró con la expresión más plana que tenía y respondió, sin detenerse.

— No. — y se fue.

Sin mirar atrás, sin acelerar, sin darle el gusto de reaccionar, a veces, el mayor golpe es la indiferencia. Aileen fue directo a la cafetería, había recibido un mensaje de su abuela pidiéndole que pasara por ahí antes de volver a casa, al llegar, notó el bullicio de siempre, el lugar estaba lleno y las tres meseras corrían de un lado a otro, apenas dándose abasto, Eleonor, tras la barra, la saludó con una sonrisa cargada de alivio.

— Llegaste justo a tiempo, mi amor ¿Me das una mano mientras te preparo algo rico? — Aileen dejó su mochila tras el mostrador y se ató el cabello sin decir nada.

No necesitaba responder, ya estaba remangándose las mangas, a veces, ayudar era la mejor forma de sentirse en casa. Mientras Aileen servía una mesa cerca de la ventana, la campana sobre la puerta sonó con su característico ting, y al alzar la vista, su estómago dio un vuelco.

Leo acababa de entrar con sus tres amigos, sonreían, despreocupados, como si fueran dueños del lugar, Noah caminaba a su lado, seguido de otro chico con una gorra hacia atrás y uno más con lentes oscuros colgando de la camiseta, al verla, no se molestaron en disimular; sus miradas fueron directas, demasiado directas.

— No puede ser. — murmuró para sí, ajustándose el delantal.

Las otras meseras estaban a tope con pedidos, bandejas rebosantes y clientes impacientes, Aileen supo lo que venía antes de que su abuela siquiera la mirara, suspiró. Le tocaba a ella atenderlos, con paso firme, tomó una libreta y se acercó a su mesa, Leo ya estaba recostado sobre el respaldo de su silla, con esa sonrisa que parecía burlarse del mundo entero.

— ¿Qué desean? — preguntó sin una pizca de amabilidad en la voz.

— Nosotros. — respondió uno de ellos, haciendo que los demás soltaran una carcajada.

Leo no dijo nada al principio, solo la observó.

— Una limonada para mí... — dijo al fin — Pero que la traiga ella. — Aileen apretó la mandíbula y anotó en silencio, no pensaba darles el gusto de verla molesta.

Noah pidió una soda con hielo, Elías pidió té frío y River, con una sonrisa descarada, pidió limonada doble, mientras Aileen anotaba con rapidez y sin mirarlos directamente, Leo inclinó un poco la cabeza y dejó caer su comentario con voz suave, pero lo bastante fuerte para que todos lo oyeran.

— ¿Y tú? ¿No estás en el menú? — ella levantó la mirada con calma, sin alterar el gesto, había aprendido a reconocer ese tipo de humor y también a devolverlo sin perder el control.

— No... — respondió con una media sonrisa — Pero mi rodilla rompe-nueces sí. — River soltó un silbido largo, divertido.

— ¡Uf! — exclamó Elías entre risas — Directo al orgullo. — Noah se acomodó en la silla, cruzando los brazos.

— No la vas a tener fácil, hermano. — Leo solo se rio, bajando la mirada hacia la mesa mientras tamborileaba con los dedos, como si esa respuesta le hubiera resultado más interesante de lo que esperaba.

Aileen cerró su libreta.

— Les traigo sus bebidas. — se fue sin mirar atrás, con la seguridad de quien sabe que nadie la va a doblar tan fácilmente.

Aileen desapareció tras las puertas de la cocina y el silencio se instaló por un segundo en la mesa, Noah fue el primero en romperlo, con la mirada fija en Leo.

— ¿Estás seguro de querer meterte con ella? — preguntó sin importarle nada.

Leo seguía sonriendo como un idiota encantado, los ojos aún clavados en el lugar por donde Aileen se había ido, no dijo nada enseguida, solo se recostó contra el respaldo de la silla, pasó una mano por su cabello y soltó una pequeña risa, como si acabaran de confirmarle algo que él ya sabía.

— Más que seguro... — dijo al fin, sin dejar de mirar hacia la cocina — Es única, no como las demás, ella no se dobla, no se traga mis juegos, no me teme... — los otros lo observaron en silencio, algo entre la diversión y la advertencia flotando en el ambiente — Y va a ser mía. — añadió Leo en voz baja, casi como un secreto que se decía a sí mismo.

Luego volvió a sonreír, pero ahora era diferente, más contenida, más peligrosa, River levantó una ceja, Elías se cruzó de brazos, Noah se frotó la nuca.

— Buena suerte con eso, Romeo. — murmuró Noah.

Leo no respondió, no la necesitaba, Aileen salió de la cocina con la bandeja en equilibrio, movía los pies con seguridad, acostumbrada a sortear mesas, bolsos tirados y niños inquietos, colocó cada bebida frente a su dueño con rapidez, sin siquiera mirarlos demasiado, por simple formalidad, o porque su abuela la estaría observando desde algún rincón, preguntó.

— ¿Van a querer algo más para comer? — Leo la miró con ese brillo constante en los ojos, ladeó la cabeza.

— ¿Le escupiste a mi bebida? — los otros tres se quedaron congelados, las pajillas detenidas en sus bocas, mirándola como si esperaran una respuesta letal.

Aileen entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa lenta, casi dulce.

— Claro que no... — respondió con calma y los chicos comenzaron a beber — Solo la endulcé con un poco de mata ratas. — River se atragantó, Elías soltó una carcajada baja y Noah murmuró algo que no se entendió del todo, Leo no parpadeó.

— Sabía que me gustabas por algo. — murmuró, alzando su vaso como si brindara con ella.

Pero Aileen ya se estaba alejando, dándoles la espalda con toda la indiferencia del mundo, aunque no podía evitar sentir el peso de esa mirada fija, insistente, como si Leo estuviera empezando a ver más allá de su sarcasmo.

Finalmente, Aileen pudo sentarse en la barra, exhalando como si acabara de terminar una maratón, su abuela le puso enfrente un plato con pastel de arándanos recién horneado y un vaso alto de té frío de frambuesa, antes de que pudiera siquiera tomar el tenedor, Eleonor la rodeó con los brazos y comenzó a llenarla de besos en las mejillas.

— Mi niña hermosa, trabajas como una campeona. — decía mientras la apretaba con ternura.

Aileen se dejó querer, aunque murmuró un "abuela, por favor" entre dientes, con las mejillas rojas. Leo, aún en su mesa con los amigos, no le quitaba los ojos de encima, observó toda la escena, sin esa sonrisa burlona que solía cargar; esta vez su expresión era más serena, curiosa, como si acabara de ver algo que no esperaba, algo tierno, algo real.

Ella, sin notarlo, partió un pedazo de pastel con el tenedor y lo llevó a su boca, cerró los ojos al saborearlo y por un segundo, Leo pensó que verla disfrutar de ese pastel era más peligroso que cualquiera de sus respuestas afiladas.

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