La sala era un contraste perturbador. A pesar de la humedad y el aire pesado que se respiraba dentro del edificio abandonado, el espacio al que llevaron a Lilia estaba sorprendentemente cuidado. Las paredes parecían recién pintadas, con un tono gris que absorbía la escasa luz proveniente de un candelabro moderno y minimalista. En el centro de la habitación, una mesa de madera negra se erguía como un monumento, rodeada por sillas tapizadas de un terciopelo color rojo sangre. Era un lugar deliberadamente fabricado para incomodar.
Lilia fue empujada bruscamente hacia una de las sillas, donde permaneció rígida, con los brazos cruzados en un intento de protegerse del aire frío que rodeaba el lugar. Apenas levantó la mirada cuando escuchó el sonido de unos tacones resonando por el pasillo.
El eco se acercaba, llevándose consigo la calma peligrosa del silencio. Cuando la figura finalmente cruzó la puerta, Lilia se encontró cara a cara con Débora Petrova. Elegante, impecable, una flor venenosa