El aire olía a óxido, humedad y miedo.
Alexei Romanov ajustó el auricular en su oído mientras descendía, seguido de Sofía y dos de sus hombres más confiables. Bajo ellos, las escaleras metálicas crujían como si aullaran bajo el peso de la noche. Todo el operativo, toda la esperanza, dependía de lo que encontraran allí abajo.
Lilia, por orden de Alexei, había quedado esperándolos en el vehículo de escape, con el rostro pálido y las manos temblorosas. Aunque su cuerpo se rebelaba contra la espera, sabía que su presencia allí solo entorpecería la misión. Ahora, cada latido de su corazón era una oración muda hacia el abismo donde Nikolai luchaba, solo.
El acceso al sitio era sencillo: un edificio industrial en ruinas, el cascarón de una vieja empresa de transportes, camuflando el verdadero horror que se escondía en sus entrañas. Los hombres de Igor, astutos, habían sellado a Nikolai en un contenedor de carga modificado, enterrado bajo tierra.
La linterna de Alexei rasgó la oscuridad. Las p