En el garaje, su chofer personal lo esperaba confundido. Alessandro no necesitó darle instrucciones: solo se sentó en el asiento del piloto. Iba solo. Esta vez, necesitaba hacerlo con sus propias manos. Tenía un plan, un plan que terminaba con su unión a esa familia.
Encendió el motor. El rugido del auto fue el único sonido que llenó el vacío. En su pecho, algo oscuro hervía: rabia, traición, impotencia... y dolor.
Las imágenes se le mezclaban como fragmentos sueltos. Y ahora… ahora no había claridad. Solo un camino de sombras que lo arrastraba de nuevo al corazón del infierno.
Y entonces, todo se rompió.
Un chirrido metálico retumbó en la entrada principal. Las puertas no fueron tocadas: fueron empujadas. El portón de la reja había sido abierto a la fuerza y el rugido del motor aún vibraba en el jardín. Guardias gritaron, se alzaron voces, corrieron pasos apresurados.
—¡Alguien acaba de irrumpir! —dijo uno de los hombres de seguridad.
—¿Quién? —preguntó Alexei, de pie en un segundo,