••Narra Frederick••

El aire olía a cigarrillo y alcohol, y no era exactamente por el whisky escoces que tenía en las manos. Una vez que el cantinero vio que me terminé el trago, me sirvió otro.

Estaba solo en la barra, esperando. No me gustaba que me hicieran esperar, pero la ocasión era importante, monumental. Porque mañana, todo llegaría a su fin.

Un perfume demasiado dulce para mi gusto, invadió mis fosas nasales. Unas uñas impecables se posaron en mi hombro.

—Hace mucho que no te veo por aquí, Frederick —una voz femenina, segura y con un dejo de familiaridad, murmuró cerca de mi oído—. ¿Sigues tan… Ocupado?

Giré la cabeza lo justo para verla. Alta, morena, impecablemente vestida. La reconocí de alguna cena de beneficencia o de la junta directiva de algún museo. No recordaba su nombre, ni me importaba.

—Sí —respondí vagamente, esperando que entendiera mi indirecta de que no quería hablar con ella.

Pero la chica no era muy lista, al parecer. Se deslizó en el taburete a mí