Logré dormir a Jesús a los pocos minutos, su pequeño cuerpo estaba completamente relajado y pesado contra mi hombro. Un suspiro de alivio escapó de mis labios. Misión cumplida.
Entré en la habitación con cuidado, asegurándome de ser sigiloso para no despertar a la criatura que tenía sobre mi hombro ni a la mujer que estaba en la cama. Lo deposité con sumo cuidado en su cuna y me aseguré de que estuviera cómodo, arropado hasta el pecho con la mantita de algodón que Charlotte había elegido.
Me estiré, sintiendo el cansancio en los huesos, pero una satisfacción profunda. Iba a deslizarme de vuelta bajo las sábanas, a encontrar el calor de Charlotte y rendirme al sueño por un par de horas más.
Pero al girarme, el corazón se me hundió en el pecho.
Allí estaba ella. No acostada, sino sentada en el borde de la cama, con el rostro contraído en una mueca de dolor claro, estirando el brazo hacia el suelo como si hubiera dejado caer algo.
—¡Charlotte! —El grito me salió en un susurro forz