El sexto mes de embarazo me había dotado de una panza redonda y firme que parecía tener vida propia. Bueno… Técnicamente, así era.
Cada patada, cada movimiento, era un recordatorio constante de la personita que crecía dentro de mí. Hoy, por fin, Frederick había apartado toda una tarde para ir a comprar lo esencial para el bebé. O, al menos, lo que él consideraba “esencial”.
Caminábamos por el pasillo de una lujosa tienda de artículos para bebés que parecía más una galería de arte moderno que una tienda. Todo era blanco, minimalista y olía a algodón nuevo y madera costosa. La verdad, la mayoría de las cosas no me gustaban, yo quería algo más colorido, entre el azul o el verde.
Frederick empujaba el carrito con una concentración que normalmente reservaba para las fusiones empresariales multimillonarias.
—Necesitamos toallas hipoalergénicas —declaró, examinando una pila de felpa tan suave que casi se deshacía al tocarla—. Y algodón orgánico para su cuerpo. Nada que irrite su piel.
Y