••Narra Frederick••
Estaba en una nube negra y relajante cuando comencé a escuchar un llanto fuerte y débil al mismo tiempo, tan insistente y que reclamaba atención. Abrí los ojos de golpe al reconocer que no era cualquiera llanto, era el de mi hijo.
Apenas llevaba una semana de vida y ya podía confirmar que tenía los pulmones más sanos en todo el país.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luna que se filtraba por la ventana. A mi lado, Charlotte dormía profundamente, con su cabello rubio revuelto. Su respiración llevaba un ritmo pausado y precioso. El agotamiento de la lactancia y la recuperación de la cesárea la mantenían sumida en un sueño del que no me atrevía a despertarla.
Me deslicé de la cama con la cautela de un ladrón, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies descalzos. La cuna estaba de mi lado de la cama, tal y como yo lo había pedido. Charlotte no debería encargarse de estas labores por más que quisiera, está en recuperación. Y ahí estaba él. Jes