••Narra Frederick••
La luz blanca y fría del quirófano cegaba. El olor a antiséptico era tan fuerte que casi podía saborearlo. Charlotte yacía en la mesa, pálida como las sábanas que la rodeaban, su respiración era un jadeo superficial y ansioso. Me habían dado una bata estéril, gorra y mascarilla. Me sentía como un intruso en un ritual sagrado y aterrador.
—Señor Lancaster, puede esperar afuera si lo prefiere —dijo una enfermera con voz suave, casi compasiva.
El horror que vi en los ojos de Charlotte fue instantáneo. Sus dedos, ya agarrando los míos con una fuerza desesperada, se aferraron con la fuerza de una pantera
—No —jadeó ella, su voz era un hilo apenas audible—. No te vayas.
No lo pensé ni un segundo.
—Me quedo —dije, y mi voz sonó más firme de lo que pretendía—. No me voy a ningún lado.
Nada en este mundo podría haberme separado de ella en ese momento. Quería estar allí. Necesitaba estar allí. Para asegurarme de que cada movimiento, cada decisión, fuera la correcta. Para pr