La pregunta quedó suspendida en el aire entre nosotros, tan pesada y tangible como la humedad que empapaba nuestra ropa. Los ojos de Frederick ardían con una intensidad que casi podía sentirse físicamente.
—¿Consciente de qué? —repetí, frunciendo el ceño con genuina confusión.
Frederick soltó un resoplido de exasperación, como si mi ignorancia fuera inconcebible.
—¿Crees que es una coincidencia, Charlotte? —Su voz era un susurro áspero, cargado de incredulidad—. ¿Una anaconda, justo en el recorrido que Charles planificó? ¿Justo el día que Charles amanece "indispuesto" y no se presenta? ¿Justo cuando tú, la persona que más me importa, estás en el agua?
Las palabras salían de sus labios como dardos envenenados, cada una clavándose en mi conciencia y haciendo que las piezas comenzaran a encajar con un click aterrador.
No...
¿Ese hombre estaba tan loco para soltar una anaconda que bien pudo matarme a mí o a alguien más? Era demasiado arriesgado. Habían muchos blancos en el lago, ¿cómo él