•• Narra Charlotte ••
El sol de la mañana se filtraba entre las cortinas cuando abrí los ojos, mi cuerpo protestando con cada mínimo movimiento. Los músculos de mis piernas ardían, mi espalda estaba sensible, y entre mis muslos aún podía sentir el dulce dolor de la posesión salvaje de Frederick.
Anoche todo había sido tan repentino que aún me costaba procesarlo. La forma en la que me tomó, como parecía tan necesitado, las marcas de un rasguño en su mejilla y sus nudillos lastimados.
¿Qué rayos había pasado anoche?
Giré, notando que la cama a mi lado estaba vacía y las sábanas frías.
Me senté con dificultad, mirando el reloj en la mesita de noche. Diez de la mañana. Frederick no me había despertado para ir a desayunar y eso era muy raro.
—¿Frederick? —llamé, con la voz algo ronca.
Silencio.
Me levanté de la cama, enrollada en una sábana ya que mi camisón de encontraba destrozado en el suelo. El baño estaba vacío, al igual que el vestidor.
Fue entonces cuando mis oj