Adrian Raven, el CEO más enigmático de la ciudad, esconde un secreto mortal: es un vampiro… y lleva años sin probar sangre humana. Su autocontrol se tambalea, sus colmillos amenazan con delatarlo… hasta que Lena entra a su oficina. Un solo roce, un solo aliento cerca de su cuello, y Lena sabe que debería mantenerse alejada. Pero no puede. Porque él es su jefe. Y porque, aunque no lo sepa, su sangre es la única capaz de mantenerlo oculto del mundo. Ahora, cada vez que sus labios se acercan, Lena no sabe si va a besarla... o a morderla. Pero está segura de que no tendrá fuerza para detenerlo. Un romance sobrenatural, explosivo, con deseo, peligro y escenas que acelerarán tu pulso. Para él, Lena es una tentación imposible. Para ella… él es el único que podría matarla de placer.
Leer másEl mensaje llegó como un rayo en medio de la tarde, interrumpiendo la concentración de Lena sobre los reportes trimestrales que tenía dispersos en su escritorio. El texto era escueto, directo, sin firmar, pero ella reconoció inmediatamente el tono:"Suba a Dirección. Traiga el informe de ventas y el manual."Sus dedos se quedaron inmóviles sobre el teclado mientras releía las líneas. No había estado a solas con Adrian Raven desde lo ocurrido en el ascensor tres días atrás, y había estado agradecida por esa distancia. Cada vez que lo veía en las reuniones o cuando pasaba por los pasillos, el recuerdo de su voz susurrando sobre su pulso la golpeaba como una ola de calor. "Me vuelve loco" había dicho, y esas palabras se habían quedado grabadas en su mente, resonando en los momentos más inesperados.Se levantó lentamente, alisando su pantalón de tela gris que se ajustaba perfectamente a sus caderas. La blusa blanca que llevaba era ligeramente semitransparente, lo suficiente para insinuar e
Ya llevaba dos semanas en la empresa, pero no terminaba de acostumbrarse al silencio del piso cincuenta y ocho una vez que se vaciaba, y el eco de los últimos empleados resonaba desde las escaleras, mezclándose con el zumbido distante de los ascensores que subían y bajaban en su danza mecánica de despedida.Lena caminaba con paso firme hacia el hall de ascensores, una carpeta gruesa presionada contra su pecho como un escudo. Había sido un día particularmente agotador—tres reuniones consecutivas, dos reportes urgentes y la constante sensación de que alguien la observaba desde las sombras de las oficinas ejecutivas. No que fuera algo nuevo; desde hacía semanas tenía esa extraña percepción de estar siendo estudiada, como si fuera un ejemplar bajo un microscopio.El sonido de una puerta al cerrarse la hizo voltear. Adrian Raven emergió de la sala de juntas principal, y algo en su postura la hizo contener involuntariamente la respiración. Llevaba el mismo traje impecable de siempre—negro, p
La sala de juntas parecía una cápsula de cristal suspendida en el tiempo. Lena llegó a las siete cuarenta y cinco en punto, tal como habían acordado. Una bandeja con su nombre esperaba sobre la mesa larga: credencial de acceso, manual interno, un manual de su puesto que parecía tener el doble de páginas que el anterior, un auricular de traducción y ese mismo frasco oscuro que había visto en la oficina de Adrian.El aire acondicionado funcionaba más fuerte de lo necesario, creando una atmósfera que recordaba a un hospital. Cuando destapó el frasco siguiendo las instrucciones escritas, un aroma herbal y amargo llenó sus fosas nasales, sofocando cualquier otro olor en la habitación.Adrian entró sin hacer ruido. Esta mañana llevaba un traje gris carbón que hacía que sus ojos parecieran más claros, más penetrantes. Se mantuvo de pie a dos metros de distancia, las manos cruzadas a la espalda en una postura que irradiaba control absoluto.—Hoy no trabajará en mi oficina —dijo sin preámbulos,
La luz de la mañana se filtraba a través de la pared de vidrio cuando Lena entró en la oficina de Adrian. Sus pasos eran seguros, pero su respiración se había acelerado desde el momento en que traspasó la puerta. Era imposible olvidar lo que había pasado en el ascensor el día anterior. El fantasma de sus labios en su cuello la había perseguido toda la noche.Lena había elegido cuidadosamente su atuendo: pantalón negro de tiro alto que acentuaba su cintura y una blusa de gasa color crema que, bajo la luz adecuada, revelaba sutilmente el contorno de su sujetador. No era provocativo, pero tampoco completamente inocente.Adrian estaba de pie tras su escritorio, la mirada clavada en unos documentos. Cuando alzó la vista, sus ojos la recorrieron con una intensidad que hizo que el aire se espesara inmediatamente.El aroma de café caro y madera encerada llenaba el espacio, pero debajo de esos olores familiares, Lena percibió esa fragancia que ya asociaba exclusivamente con él: cedro, especias
Lena llegó a las seis y quince de la mañana.El vestíbulo de RavenCorp estaba sumido en un silencio absoluto que hacía eco con cada uno de sus pasos. Las luces funcionaban a media intensidad, creando sombras suaves entre las columnas de mármol. El aire olía a limpieza recién hecha y café fresco que se filtraba desde alguna oficina lejana.Se había duchado apenas veinte minutos antes, el vapor aún tibio en su piel cuando eligió la blusa de seda color crema y la falda negra que se ajustaba perfectamente a sus caderas. Su cabello caía suelto sobre los hombros, todavía húmedo en las puntas, impregnado del aroma suave de su champú de vainilla.Quería causar buena impresión en su primer día. Nada más que eso.Al menos, eso se decía a sí misma mientras el recuerdo de la mirada de Adrian Raven la había mantenido despierta la mayor parte de la noche.—El ascensor principal está fuera de servicio temporalmente —le informó el guardia de seguridad, señalando hacia un pasillo lateral—. Puede usar e
El vestíbulo de la torre RavenCorp se alzaba como una catedral de mármol y acero. Lena Ramírez cruzó el espacio con pasos firmes, sus tacones resonando contra el suelo pulido. Los relojes digitales en la pared marcaban zonas horarias distintas: Nueva York, Londres, Tokio. Números que no se detenían, como los latidos bajo su blusa blanca.Se había levantado antes del amanecer, eligiendo cuidadosamente cada pieza de su atuendo. La blusa de seda blanca se ajustaba perfectamente a su torso, la falda lápiz negra acentuaba sus curvas sin ser provocativa. Había practicado su presentación frente al espejo hasta memorizarla, pero ahora, rodeada por tanto lujo frío, se sintió pequeña.—Señorita Ramírez. Última entrevista del día con el señor Raven.La recepcionista pronunció el nombre con un tono particular. Como si fuera más que un apellido.—No suele entrevistar en persona —agregó, casi como advertencia—. De hecho, es la primera vez en dos años que lo hace.Un guardia la observó dos segundos d
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