Gabriele, un estudiante de arte, ingenuo y soñador, se enamora de Luciano, el imponente Ceo de Vaniccelli Group, un hombre 13 años mayor. Lo que comienza como una atracción irresistible se convierte en un romance secreto marcado por la pasión y el miedo a ser descubierto. Con la presión de sus familias, el juicio de una sociedad conservadora y sus propios miedos acechándolos, ambos deberán decidir hasta donde están dispuestos a llegar por amor. ¿podrán desafiar el destino y construir un futuro juntos?
Leer másLa tarde en Milán tenía una luz suave y cálida, perfecta para una boda de verano. Gabriele había vuelto después de pasar cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la bulliciosa capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa radiante en el rostro mientras saludaba a familiares y amigos.
Su hermana mayor, Amalia, se casaba esa noche, y todo estaba listo para un evento que seguramente sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, los susurros en las conversaciones y el tintinear de las copas de champagne creaban un ambiente festivo y especial. Sin embargo, en medio de toda esa alegría, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de personas, algo dentro de él cambió. No fue por las conversaciones ni la música que llenaban el aire, sino por una figura que lo hizo detenerse en seco.
En un rincón, entre las columnas de mármol, sus ojos se encontraron con los de un hombre alto, vestido con elegancia, cuya mirada penetrante parecía atravesarlo. Era Luciano Vannicelli, CEO de Vannicelli Group, una empresa multinacional que llevaba su apellido, símbolo de éxito, poder y control. Luciano, con 35 años, tenía una presencia que desafiaba todo a su alrededor. Su belleza impresionante no solo era física, sino que también transmitía una personalidad enigmática que cautivaba a cualquiera
El corazón de Gabriele dio un vuelco y, por un momento, el ruido de la boda desapareció por completo. El mundo parecía desacelerarse, como si solo existieran él y ese hombre desconocido que lo miraba con intensidad. Luciano notó la mirada fija de Gabriele y no pudo evitar observarlo con una atención muy marcada. Sus ojos, profundos y penetrantes, seguían cada movimiento del joven con fascinación.
Gabriele, un chico de 21 años cuya belleza parecía sacada de una pintura renacentista, era estudiante de arte y su pasión por la creatividad era tan intensa como su vulnerabilidad emocional. Su presencia era cautivadora, con rasgos delicados que reflejaban una dulzura que definían su carácter.
Algo nervioso por la intensidad de ese momento, Gabriele decidió acercarse y tratar de iniciar una conversación. El magnetismo de Luciano lo había cautivado desde el primer instante. Él emanaba una energía única, un misterio que lo envolvía por completo e imposible de entender del todo. Aunque Gabriele era generalmente reservado y mantuvo distancia de los desconocidos, en ese momento sintió una atracción irresistible que lo llevó a dar un paso adelante. Sin pensarlo demasiado, sus pasos lo guiaron directo hacia Luciano. Cuando estuvo cerca, no pudo evitar sonreír nerviosamente.
—Hola, creo que no nos hemos presentado aún. Soy Gabriele Di Lucca.
Luciano lo miró con atención, y una ligera sonrisa apareció en sus labios.
—Luciano Vannicelli. Un placer. — Respondió.
—Estaba buscando a un amigo... pero parece que me perdí en el camino. — Dijo Gabriele algo avergonzado, mirando a su alrededor.
Luciano, percibiendo su nerviosismo, lo observó con interés. No era frecuente que alguien actuara así en su presencia. La juventud y la inocencia aparente de Gabriele le desconcertaban un poco.
—No es fácil encontrar el camino en un lugar tan lleno de gente. Aunque, debo admitir, no me sorprende que hayas venido a buscarme. — Contestó Luciano.
Luciano exhaló con algo de molestia y aburrimiento, mientras miraba a Gabriele de arriba abajo. Era siempre lo mismo: encuentros forzados, miradas que no dejaban de insistir, conversaciones que empezaban con un interés disfrazado de admiración o casualidad. Él ya sabía qué estaban buscando.
Gabriele, sorprendido por su actitud, se quedó en silencio por un momento. Pensó. ¡Que tipo tan arrogante! A pesar de todo, algo en su interior le decía que siguiera la charla.
—¿Crees que me acerqué a ti apropósito? —Preguntó Gabriele, intentando mantener la calma.
Luciano soltó una risa ligera.
—Eso creo —Contestó, con un tono desafiante.
Luciano decidió hacerse el desentendido, solo para ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Gabriele apartó la vista por un instante, pero luego se obligó a mantenerle la mirada.
—No te des tanta importancia — Dijo, encogiéndose de hombros.
Luciano se acercó un poco más, reduciendo la distancia entre ambos.
—Vamos... —susurró con una voz seductora, que resultaba peligrosa y atractiva a la vez.
— Dime, ¿por qué estás tan nervioso?
Gabriele sintió cómo su corazón se aceleraba. Se cruzó de brazos, fingiendo estar tranquilo, aunque en realidad no lo estaba.
—No estoy nervioso. Solo me molestan tu arrogancia y tu forma de actuar. —Respondió, con un tono firme.
Luciano levantó una ceja, estudiando cada matiz en su expresión.
—Entonces, ¿fue el destino el que te trajo hasta mí? —Preguntó, esbozando una media sonrisa.
Gabriele tragó saliva y exhaló despacio, sin querer ceder a su juego.
—Quizá estábamos destinados a encontrarnos.
—Pues yo no creo en el destino, pienso que es solo una ilusión.
Gabriele no supo qué más decir. Quería dar un paso atrás, alejarse de ese hombre. Pero, una fuerza que no podía explicar, lo mantenía allí, sin poder irse.
—¿Entonces, realmente no crees en el destino? —Preguntó Gabriele.
Luciano lo observó por un largo momento, una sonrisa traviesa empezó a formarse en sus labios.
—No soy de los que creen en cosas como el destino. Pero... a veces, las cosas pasan, y hoy, por alguna razón, nos encontramos.
Gabriele sintió un nudo en el estómago. No sabía por qué, pero Luciano, con esa presencia fría y distante, le atrapaba más que cualquier otra cosa.
Luciano lo miró con curiosidad, un brillo extraño apareció en sus ojos, disfrutando esa confusión que veía en Gabriele. Se quedó en silencio, pensando en otra pregunta. De nuevo, se inclinó un poco hacia él, dejando que su rostro quedara a unos centímetros del de Gabriele.
—¿Y tú, Gabriele? ¿Crees en el destino?
Gabriele sintió que su corazón latía más rápido con la cercanía de Luciano. Aunque él sí creía en el destino, no encontraba las palabras para responder. Dejó escapar un suspiro y bajó la vista, buscando algo que decir.
—El destino... Siempre he tenido una relación extraña con esa palabra. A veces pienso que hay algo más allá de nuestras decisiones, algo que nos guía sin que lo entendamos completamente.
Luciano ahora estaba seguro de que Gabriele, con esa personalidad ingenua y orgullosa, parecía realmente interesado en él. Pero no por lo que podía ofrecerle. Había en sus ojos un interés genuino, una necesidad de conocerlo sin esperar nada a cambio.
—Si todo está predestinado, ¿cómo podemos saber si realmente estamos eligiendo? —Preguntó Luciano.
—Quizá el destino no sea una fuerza que predestina nuestras vidas, sino algo más... —Replicó Gabriele.
—Eso es... interesante. —Respondió con una sonrisa suave.
Luciano apartó la mirada ligeramente de Gabriele, su expresión ahora era más relajada, aunque sus ojos seguían siendo intensos y calculadores.
De repente, el teléfono de Luciano vibró. Al mirarlo, frunció el ceño, claramente estaba molesto. Leyó el mensaje rápidamente y, tras terminar, guardó el teléfono con una expresión de fastidio.
—Disculpa, pero tengo que irme ya. Que tengas buena noche. —Dijo Luciano, interrumpiendo el momento.
Gabriele lo observó alejarse, su figura perdiéndose entre la gente. No sabía si lo que acababa de pasar era real o solo un sueño. Lo único que tenía claro era que ese encuentro fugaz lo había impactado más de lo que imaginaba. Y aunque su mente seguía llena de preguntas, había una que sobresalía: ¿Por qué no podía dejar de pensar en Luciano Vannicelli?.
La noche avanzaba sin prisa, como si el tiempo se resistiera a pasar, mientras Gabriele intentaba dormir sin éxito. Había cerrado los ojos hace más de una hora, pero el sueño seguía escapándose. Los pensamientos se amontonaban, se empujaban entre sí como hojas secas al viento. Adriano, las fotos, esa noche en el bar, el recuerdo amargo del hombre besándolo en el coche y después eso... la escena de la felación. Luciano se movió levemente a su lado, con un ritmo tranquilo, como alguien que sí había logrado relajarse y dormir, pero Gabriele sabía que no era así. Sabía que Luciano no dormía de verdad; solo estaba cerrando los ojos para aparentar que sí, mientras su expresión delataba preocupación.—¿Sigues despierto? —susurró Gabriele, sin girar la cabeza.—Sí —contestó Luciano en voz baja, sin mostrar sorpresa.Estaba acostado boca arriba, pero giró el rostro hacia él. —¿No puedes dormir?Gabriele negó con la cabeza, aún con los ojos abiertos, brillantes en la oscuridad. —No dejo de pe
El consultorio era más cálido de lo que Gabriele había imaginado. Las paredes estaban pintadas en un tono crema que no destacaba mucho, pero tampoco resultaba incómodo. La luz natural entraba suavemente por una ventana alta, sin tocarlo directamente.Frente a él, había un sillón y, a su lado, una planta. Gabriele se sentía algo fuera de lugar. — Puedes sentarte donde te sientas más cómodo. —Dijo el psicólogo con una voz tranquila, sin pretensión de autoridad.Gabriele no respondió. Se sentó, pero no donde quería, sino donde había espacio para mantener cierta distancia. El hombre frente a él tenía manos grandes y una expresión que parecía haber sido moldeada por años de escuchar a otros desmoronarse por dentro. Pero no mostraba lástima. Solo presencia. Y eso, por alguna razón, le fastidiaba más. —No tienes que decirme nada que no quieras compartir, —añadió el psicólogo sin abrir su libreta. — Solo venir aquí ya es un paso importante.Gabriele mantuvo la mirada en el suelo, no por timi
Había pasado una semana. Luciano estaba solo en su oficina, perdido en medio de un trabajo que parecía no tener fin. La luz de la tarde teñía las paredes de dorado, pero él seguía mirando fijamente la pantalla frente a él. Quería adelantar trabajo porque, a las 4 de la tarde, tenía que llevar a Gabriele al psicólogo. Los correos seguían llegando uno tras otro, sin que los abriera, y en media hora tenía una reunión importante.Una sensación de presión le apretaba la nuca; quería terminar cuanto antes. Su teléfono sonó varias veces. Lo tomó, miró la pantalla y vio que era una llamada de uno de sus guardaespaldas. —¿Qué pasó? —preguntó.—Lo tenemos, señor Vaniccelli —contestó la voz al otro lado. — Lo hemos atrapado, esta noche lo llevaremos a Milán.Por un momento, Luciano se quedó sin respiración. Era una excelente noticia, por fin podría limpiar el nombre de Gabriele.—Bien —dijo, con un tono que ocultaba sus verdaderas intenciones. — Mantén esto con mucha discreción.Sin decir más, c
Bajo la luz del día siguiente, la habitación de Gabriele permanecía en completo silencio. Cuando despertó, lo hizo con cierta desgana; sus párpados estaban pesados, las ojeras y bolsas debajo de sus ojos eran evidentes. Todo su cuerpo se sentía adolorido, había una punzada en las caderas y una sensación constante de quemazón en su interior. Cuando intentó moverse, un quejido escapo de sus labios, casi como un susurro ahogado.Luciano, que no había dormido ni una hora en toda la noche, lo observaba desde una silla junto a la cama, con las manos entrelazadas y una expresión apagada en su rostro. —Buenos días, cariño —dijo Luciano en un tono suave.Gabriele no contestó. Desvió la mirada por unos segundos, la simple idea de hablar le incomodaba. Luciano se levantó de su lugar y se acercó a Gabriele. Con cuidado, apartó un mechón de cabello de su frente, que el sudor había hecho pegar, y puso la palma de su mano allí, tratando de averiguar si tenía fiebre.—Tienes fiebre, bebé... —susurr
Gabriele miraba a Luciano de una forma diferente esa noche. En sus ojos se notaba la vulnerabilidad, la decepción y la rabia. Hoy quería borrar con el sexo, esos horribles comentarios que había leído en las redes, esos mensajes que le habían dejado una marca profunda y le habían causado heridas invisibles.—Hoy quiero tener el control… —susurró Gabriele, con una voz suave. Gabriele le quitó la ropa a Luciano con rapidez, deslizando cada prenda como si fuera una barrera que necesitaba desaparecer ya. Cuando Luciano quedó completamente desnudo, Gabriele lo empujó con fuerza hacia la cama y se subió encima de él, sus cuerpos tocándose casi sin esfuerzo, los besos se volvieron más intensos, profundos, húmedos, llenos de deseo y de algo más profundo que ardía en el fondo: necesidad, frustración, amor, rabia.Gabriele se levantó un poco y, sin apartar la mirada de Luciano, llevó dos dedos a su boca, los humedeció y los puso en su entrada. Luciano lo observaba, viendo cómo Gabriele arqueaba
Ya en la habitación de Gabriele, Luciano cerró la puerta con cuidado y se quedó de espaldas a ella unos segundos, respirando profundo. Gabriele ya estaba en el centro del cuarto, quieto, como una figura de cristal a punto de romperse con un simple roce. No decía nada, sus ojos lo seguían con una intensidad contenida, sus labios apretados y el pecho subiendo y bajando lentamente, como si se obligara a no derrumbarse.Luciano se acercó lentamente y le tocó el rostro con suavidad, pero antes de que pudiera decir algo, Gabriele lo besó sin aviso. Fue un beso desesperado, cargado de una urgencia que iba más allá del simple deseo. Se aferró a su cuello como si estuviera buscando algo estable, algo que no se derrumbara bajo sus pies.—Hazme el amor, Luciano… —susurró, con un aliento que temblaba contra sus labios. — Por favor, solo… solo por un rato, quiero olvidarlo todo.Luciano sintió que el aire se le trababa en el pecho. Quiso contestarle, pero no le salió la voz. Acarició su rostro con
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