Sus manos, que momentos antes me habían sujetado con furia, se elevaron ahora con una lentitud deliberada. Tomó mi rostro entre sus palmas grandes y calientes, obligándome a mirarlo. No había escape.
—Charlotte —Su voz era un susurro áspero, cargado de una intensidad que me heló la sangre—. Respóndeme con la verdad. ¿Me tienes miedo?
Tragué saliva, sintiendo cómo sus dedos presionaban suavemente mis mejillas. No podía mentirle. No otra vez.
—Sí —confesé, y la palabra salió como un suspiro quebrado—. Sí, te tengo miedo.
Vi cómo su mandíbula se tensaba, pero no me soltó.
—¿Miedo a qué? —insistió, sus ojos azules escarbando en los míos—. ¿Miedo a que te lastime? ¿A que te golpee? Yo jamás lo haría.
—No —Negué con la cabeza como podía por su agarre, sintiendo que las lágrimas volvían a presionar detrás de mis ojos—. No físicamente. Sé que no lo harías. Pero… —Respiré hondo, reuniendo valor—. Pero emocionalmente y psicológicamente, sí. Porque… porque ya lo haz hecho en el pasado. Y fue p