Inés señaló un edificio de departamentos.
—Ahí es. ¿Ves esa ventana? La que tiene colgada una toalla toda rota. Es esa.
—¿Y cómo sabes que está en casa ahora? —preguntó Efraín.
—Pues, piénsalo. ¿A dónde más podría ir? Su esposa lo tiene bien checado todo el día. Yo creo que hasta lo vigila cuando va al baño.
Efraín no pudo evitar pensar en la enorme brecha generacional entre ellos.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Inés, con un brillo de emoción en los ojos—. ¿Y si tocamos y nos abre la esposa?
—Yo voy —anunció Efraín, y caminó con decisión hacia la puerta.
Los ojos de Inés brillaron.
“Definitivamente me gusta. Es tan valiente”.
Efraín tocó la puerta. Tras un momento, se abrió y apareció un hombre de mediana edad y aspecto desagradable. Al ver a Efraín, su sorpresa fue evidente.
—Usted… ¿usted no es el señor Herrera?
Efraín no esperaba que fuera él quien abriera la puerta.
—Disculpe la molestia. ¿Su esposa no está en casa? Ah, y se me olvidaba preguntar… usted es el señor Simón Lara,