—¿Qué? —Valeria y Rubén miraron a Leo al mismo tiempo, con la misma expresión de desconcierto.
—No finjas, Rubén. Sé que no querías que Vale se enterara antes de tiempo, pero es para animarla —dijo Leo, guiñándole un ojo.
—Ah... sí, claro. —Rubén asintió.
—¡Ya volví! Feliz cumpleaños, Vale —dijo Eduardo al entrar.
—Papá, ven, siéntate. Debes comer este pastel tan delicioso —lo invitó Valeria.
—Y tu amigo, ¿dónde está? ¿Por qué no lo trajiste? —preguntó Ofelia, extrañada.
—Ya debe estar en el avión —respondió Eduardo—. Lo acompañé al aeropuerto y de ahí me vine para acá.
—Toma, papá, come pastel. —Valeria le sirvió una rebanada.
—Gracias, mi niña.
Rubén observó a su padre. Parecía mucho más relajado, casi apacible. Nunca recordaba haber visto esa faceta suya. Un padre así, afectuoso y cercano, se sentía extrañamente agradable. Nada que ver con el verdugo de su niñez y adolescencia.
Después de la cena de cumpleaños, Leo guio a todos al patio con un aire de misterio y sacó un montón de f