—Vaya, las apariencias engañan —murmuró Efraín.
Aunque se veía delicada, su forma de hablar era increíblemente directa y desenvuelta.
—¿A qué te refieres? No te entiendo. Ustedes los adultos siempre hablan con rodeos. ¿Y bien? ¿Ya pensaste a dónde vamos? —insistió ella, ladeando la cabeza para mirarlo.
—Lo siento, estoy muy ocupado, no tengo tiempo para salir. Y sobre lo de anoche, no fue nada, solo te hice un favor. Cualquiera hubiera hecho lo mismo, así que no te preocupes. Ya vete a tu casa. Adiós.
Apenas terminó de hablar y se disponía a subir a su carro, Inés se le adelantó, abrió la puerta del copiloto y se sentó de un salto. Efraín arrugó la frente.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—¿Yo? Pues te voy a acompañar a trabajar. Hoy no me voy a separar de ti. Eres mi salvador y yo siempre pago mis deudas. Como no quieres que te invite a salir, entonces seré tu asistente por un día. Así quedamos a mano, ¿no te parece? —dijo mientras parpadeaba y se sentaba muy derecha, en una pose que