Ofelia los llamó desde el comedor.
—Vengan a desayunar, que se enfría.
Rubén asintió y se acercó a la mesa. Se quedó mirando a su padre, sorprendido por el humor tan excepcionalmente bueno que tenía; incluso estaba tarareando una marcha militar, algo que resultaba completamente insólito.
—Ay, viejo, ya ni disimulas la emoción, ¿verdad? Ve nomás, dejaste a tu hijo con la boca abierta —comentó Ofelia en tono de burla.
Eduardo carraspeó, y su expresión se tornó seria de inmediato. Rubén esbozó una sonrisa. No se imaginaba que su padre tuviera esa faceta. Hasta le pareció un poco… “adorable”.
—Ding-dong—
Sonó el timbre.
—¿Quién podrá ser a estas horas? —se extrañó Ofelia.
—Yo abro.
Valeria dejó su plato en la mesa y fue a abrir la puerta.
—¡Feliz cumpleaños, mi Vale, mi princesa! —exclamó Leo con los brazos abiertos, listo para un abrazo.
—¡Leo, eres tú! Ay, qué susto me diste.
—Pasa, pasa. Muchas gracias por venir tan temprano solo para felicitarme.
—¡Claro! ¿Cómo crees que me iba a olvi