Antes de llegar, Hespéride convirtió su cabello y sus ojos a oscuros, para que no la reconocieran. Eliminó sus manchas púrpuras en su piel. Mantendría su raza de bruja, pero no de la antigua emperatriz púrpura, ya que podrían ser hostiles con ella.
—¿Cómo debo llamarte? —preguntó él. La vio por encima del hombro mientras ajustaba las riendas de Frost.
—Heres —contestó ella, con un tono sereno que ocultaba su verdadera carga.
Horus caminaba, guiando a Frost por las calles de la ciudad de los refugiados. La ciudadela escondida era un lugar construido con la urgencia de los perseguidos, pero sostenido con la fe y la voluntad de quienes habían decidido no rendirse.
Hespéride, bajo la identidad de Heres, miró a todos desde la sombra de su gorro. El murmullo de la multitud la envolvía. Niños corriendo entre las callejuelas, mujeres cargando agua en cántaros, ancianos en bancos de madera tallada con manos humildes y guerreros jóvenes que entrenaban con espadas de madera en patios abiertos. L