La tregua se extendía en todo el continente como un respiro inesperado. El nacimiento de los hijos del emperador Atlas Grant había detenido el flujo de sangre por unos días, como si incluso la guerra temiera interrumpir la celebración de un acontecimiento tan trascendental. Desde las montañas hasta los llanos, mensajeros llevaban la noticia: tres varones habían nacido en Atira, tres titanes concebidos de forma natural, herederos legítimos del imperio.
Cuando la noticia llegó a la mansión oculta, Horus Khronos y Hespéride Rhiainfellt escucharon en silencio. No hubo rabia ni envidia, tampoco lamentos por lo que pudo haber sido. Sus miradas se cruzaron con serenidad. Ambos comprendían que aquellos niños eran piezas en un tablero que aún se estaba desplegando. Niños hoy, pero un día hombres que se alzarían en el campo de batalla, quizá como enemigos, quizá como parte de un destino más intrincado que ellos mismos.
Horus respiró hondo, los ojos cargados de un brillo plateado. —El destino no